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El mismo Lorenzo llegó a reírse de su situación, diciendo: ¡Pobre caballo éste; qué galope tan feo tiene! Fue necesario renunciar al galope y ponerse al tranco, procurando Lorenzo que su monumental caballo lo desarrollara dentro de límites adecuados.

Todo lo cual y lo que más sucediere se deja para esotro tranco.

Dígolo, porque se encastilla en el hogar, bien que sólo con el objeto de dirigirlo, de gobernarlo, de monopolizarlo. Del tranco de la calle para adentro, el marido no dispone de cosa alguna; suele no saber lo que sucede; cuando más, indica su opinión; y la mujer determina, decide, concede ó niega. Por regla general, ella es la depositaria del dinero, y, por regla universal, la distribuidora.

III, cap. 2.º Guevara, El diablo cojuelo, tranco 4.º Montalván, Fama póstuma. El ejemplo de Cervantes, que imprimió las suyas antes de ser representadas, quizás sea el único que nos ofrezca la literatura española de su época. Son útiles para este propósito, entre las obras de Lope, sus innumerables epístolas, las dedicatorias de sus comedias, y la segunda parte de La Filomena y La Dorotea.

El paseo continuó sin contratiempos, bien que disminuido en sus encantos, para Lorenzo, por la insalvable dificultad de conseguir que su caballo armonizara movimientos con los de sus amigos, pues el tostado tenía el tranco más lento que los otros y el galope más tendido, de modo que en el primer caso se quedaba atrás y en el otro se adelantaba demasiado, cuando su jinete conseguía ponerlo en ese tren.

El tranco II, verbigracia, en que entrambos, desde el capitel de la torre de San Salvador, descubierta «la carne del pastelón de Madrid», otean después de la media noche cuanto sucede en la coronada villa, trae a la memoria, por la traza y manera, como indiqué en las notas de mi edición crítica del Quijote , aquella inspección que desde la torre de la Giralda de Sevilla, y acompañado asimismo de un cicerone, el maestro Desengaño, había hecho Rodrigo Fernández de Ribera, autor de Los Antoios de meior vista . El desaforado poeta del tranco IV es pariente propincuo de otros dos muy conocidos en nuestra literatura: el del Coloquio de los Perros, de Cervantes, y el de la Vida del Buscón, de Quevedo.

Al día siguiente, tempranito, trancó la bodega, después de encerrar en ella la ejecutoria y algunas escrituras; colgó la llave, por el anillo, de un tirante de su pantalón, puesta ya su mejor ropa, guardó en un pañuelo un par de camisas de estopilla, y pendiente este lío de un garrote de acebo chamuscado que se echó al hombro, partió hacia el camino real á esperar la primera diligencia que pasara con dirección á Madrid.

«El poeta juró que no escribiría más comedias de ruido, sino de capa y espadaLuis Vélez de Guevara, El diablo cojuela, tranco 4.º La señal externa, que diferencia á los autos de las comedias, es que aquéllos no se dividen, como éstas, en actos ó jornadas, aunque, á la verdad, haya algunos autos al nacimiento que se exceptúan de esta regla.

Tiene muy buen tranco, realmente. contestó Ricardo; pero el tuyo es más bonito. ¿Quieres... cambiar?... No; voy bien, en éste. Lolita hace lo que quiere en ese caballo dijo Melchor. ¡Quién fuera Lolita! pensó Ricardo. ¡Quién podrá hacerlo con este monstruo! pensó Lorenzo. Lo que despuntemos este alambrado, podremos galopar. ¿Para... qué?... Melchor... no... tenemos... apuro...

Antes de hablar de Guevara como autor dramático, creemos oportuno citar algunos párrafos de aquella obra, en que el autor discurre burlescamente acerca del teatro y de los poetas dramáticos de su tiempo. El diablo cojuelo. Tranco 4.º «A las dos de la noche oyó unas temerosas voces que repetían: ¡fuego, fuego!