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No me quitaréis mi nobleza, porque es mi esencia, y yo no puedo ser sin ella, ni ese es el camino, ni ese es el camino». Entraron la celadora y dos amigas y quisieron calmarla, Trajéronle algo de comer para combatir el desvarío combatiendo la debilidad; pero ella tiró los platos y despidió a las mujeres. «A no se me presenta ese bodrio.

Con tanta precipitación quiso hacer su viaje el duque de Gandía, que le dió un causón en el camino, y se murió en una venta sin otro consuelo sino que también en un mesón se murió el gran rey don Fernando el Católico. Trajéronle difunto á su panteón de Madrid, y doña Juana se puso el luto sin alegría, pero sin sentimiento. El que se alegró poco cristianamente, fué el duque de Osuna.

Al sentir la molestia del vestir volviole el mal humor, y trajéronle un espejo para que se mirara, a ver si el amor propio y la presunción acallaban su displicencia. «Ahora, a cenar... ¿Tienes ganita?». El Pituso abría una boca descomunal y daba unos bostezos que eran la medida aproximada de su gana de comer. «Ay, ¡qué ganitas tiene el niño! Verás... Vas a comer cosas ricas...».

La casualidad presentóle bien pronto ocasión propicia; el viernes muy bien de mañana trajéronle el aviso de que le tocaba al día siguiente hacer su guardia como dama de honor en Palacio.

A la mañana siguiente trajéronle el correo; venía una carta de Segura, pueblecillo célebre por sus quesos, escondido en el rincón más áspero de las montañas de Guipúzcoa; en ella decía: ¡Mentecato! Subióle dos grados la fiebre, y mandó llamar al cura de la parroquia: se quería confesar. Fin de libro tercero Libro IV

Vieron así llorar a Cristela de día y de noche... Eran tan buenas como curiosas esas cigüeñas. Compadeciéndose de la princesa, resolvieron hacerle un regalo para que se distrajese. Y, ya que era casada, trajéronle de París un hijito, en una canasta de mimbre. Al recibirlo, Cristela olvidó su pena dando un grito de alegría.

Miguel la preguntó al desaparecer: ¿Cómo se llama V.? Maximina contestó sin volver la cabeza. Trajéronle poco después la cena: la criada era una vieja fea y avinagrada; limitose a encender una lámpara, poner la mesa, y sobre ella los manjares, sin pronunciar palabra.