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El primer libro que abrió vio que era Don Cirongilio de Tracia; y el otro, de Felixmarte de Hircania; y el otro, la Historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de Diego García de Paredes. Así como el cura leyó los dos títulos primeros, volvió el rostro al barbero y dijo: -Falta nos hacen aquí ahora el ama de mi amigo y su sobrina.

El Bósforo de Tracia, el risueño golfo de Nápoles y la dilatada extensión del Tajo frente de Lisboa, son mezquinos, feos y pobres, comparados con la gran bahía de Río sembrada de islas fertilísimas siempre floridas y verdes, y cuyos árboles llegan y se inclinan hasta el mar y bañan los frondosos ramos en las ondas azules.

Con ella cada paso es un prodigio; tras cada lucha un triunfo; a cada hora cede el de Tracia al celestial prestigio, y el de Etiopía con pasión la adora, y el ateniense sabio, el muelle frigio, el que de Libia en los desiertos mora, el que se apoya en pérsicos divanes, y el que enfrena soberbios alazanes.

Por otra parte, las montañas, después de creadas, cambiaban de sitio con frecuencia, y servían á los dioses para arrojárselas con hondas. Los titanes, que no eran dioses, transtornaron todos los montes de Tesalia para alzar murallas en torno del Olimpo: el mismo gigantesco Altus no era demasiado peso para sus brazos, que lo llevaron desde el fondo de Tracia hasta el sitio en que hoy se levanta.

Considerábase desterrado; y como si hubiese abandonado la Roma de Augusto para dar en Tracia, se había aprendido de memoria algunos trozos en latín decadente y con eso se consolaba según decía de habitar entre los pastores. Con semejante compañero estaba yo muy solo.

Muntaner, ciudadano de Valencia, fué el encargado de la defensa de Gallípoli. Luego, derrotando á sus enemigos con una buena suerte casi milagrosa, tomaron la ofensiva, haciéndose dueños de Tracia y llegando en sus audaces correrías hasta la misma Constantinopla.

Es tan ameno y bello este parage, Que las hijas de Pierio bien podrian Dejar de Tracia el monte y su boscage, Que aquí mas soledad cierto tendrian. Y aquellos que siguiesen su lenguage En breve de sus ciencias mas sabrian, Y en metro y dulce verso el casto coro Al mundo descubriera su tesoro.

Luego hizo de improvisa muestra, junto a la almohada del, al parecer, cadáver, un hermoso mancebo vestido a lo romano, que, al son de una arpa, que él mismo tocaba, cantó con suavísima y clara voz estas dos estancias: -En tanto que en vuelve Altisidora, muerta por la crueldad de don Quijote, y en tanto que en la corte encantadora se vistieren las damas de picote, y en tanto que a sus dueñas mi señora vistiere de bayeta y de anascote, cantaré su belleza y su desgracia, con mejor plectro que el cantor de Tracia.

Hubo diferentes pareceres, y últimamente pareció el más acertado, que se acometiese la ciudad de Cristopol, puesta en los confines de Tracia en Macedonia por tener la entrada de las dos provincias fácil, y la retirada segura, y los socorros de mar sin poderselos impedir, como en Galípoli, que ocupado el estrecho con pocos navios de guerra impedian el libre comercio que venia por mar á darles alguna ayuda.

Durante largos años imperaron en la Bitinia, la Troyada, la Jonia, la Tracia, la Macedonia, la Tesalia y la Atica. Abuelos gloriosos de los conquistadores de América y de la infantería española de los tercios, estos almogávares eran incansables andarines, vestidos y armados á la ligera.