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Cuando regresaron, ella desalentada y pesarosa, él tieso y humeante, D.ª Laura recibió a su digno esposo con endemoniado gesto, y le dijo: «Quita allá; vicioso... Ya tenemos la chimenea encendida. ¡Contenta me tienes! , con mirarte al espejo y chupar el maldito coracero, crees que no hace falta nada más. Mejor trabajaras...». Capítulo VIII Don José y su familia

Dime le preguntó Golfín ¿ vives en las minas? ¿Eres hija de algún empleado de esta posesión? Dicen que no tengo madre ni padre. ¡Pobrecita! trabajarás en las minas.... No, señor. Yo no sirvo para nada replicó sin alzar del suelo los ojos. Pues a fe que tienes modestia. Teodoro se inclinó para mirarle el rostro. Este era delgado, muy pecoso, todo salpicado de menudas manchitas parduzcas.

Yo he arreglado tu porvenir, pequeño inquisidor. Ya sabes que tu amigo el judío consigue siempre lo que se propone. Te queda en Mallorca con qué vivir modestamente. No muevas la cabeza: ya que deseas trabajar, y más ahora que estás enamorado y quieres constituir una familia. Trabajarás; entre los dos montaremos un negocio: hay donde escoger.

Hoy trabajarás mucho, Visanteta. Mi gusto hubiese sido encomendar, como de costumbre, un par de platos a la fonda. Pero tengo convidado a mi hermano, que es un rancio y me requema la sangre como si fuese una despilfarradora. Por esto he querido que la comida fuese casera. A ver si aun así encuentra motivo para murmurar.

Trabajarás rudamente, pero con más nobleza y más provecho que en el viejo mundo; sufrirás muchas penalidades, y tal vez llegues á ser rico... Pero para todo eso necesitas venir conmigo... solo. Se incorporó el marqués, apartando las manos de su rostro.

Entonces no llevaré esta vida de pobreza disimulada, de bohemia elegante; no tendré que ceñirme a mi viudedad y a los regalos de mi tía; y seré rica y no sufrirás más, no trabajarás, pues te mantendré yo... ¡yo!, ¡tu María Teresa, que será tu mujercita!

Y el señor Aubry atraía hacia a Juan, con sus manos temblorosas. Escucha, voy a decirte el medio... ¡ah, ah! vas a quedar contento... escúchame... voy a darte el... ¡Ah, Dios mío!... Yo... ¿qué, qué? te daré... daré... mi querida hija... ¡, eso es!... ¡María Teresa a ti... a ti! trabajarás para ella, ... para que sea siempre feliz... ¿Juan, Juan? promete... promete...

Ahora que parecía deslumbrado Ramón, aunque objetó: Pero yo soy el hijo de la cocinera, Lita, y usted es la niña de la casa... ¿Qué importa? respondió Lita con generosidad de reina. Además, mismo me lo has dicho... Cuando seas grande, trabajarás para tu mamá, y ella no será más cocinera... ¿Qué importa que lo haya sido? ¡Mejor! ¡Así nos hará dulces muy ricos!... Pero su mamá...

trabajarás, Fernando: serás rico. Y lo decía con su convicción de muchacha feliz que no creía en la posibilidad de la miseria; como si ésta estuviera reservada á gentes de otra raza y no pudiese llegar á ella ni á ninguno de los que la rodeaban. Vivir sin las ventajas de la riqueza, que la hacían ser la primera en todas partes, le parecía un absurdo del que era innecesario hablar.