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Balbuce fría y delira si la tortura mi mente; cuando ríe, sólo miente, como miente su lamento. Y es que en mi triste aislamiento mi alma ni goza ni siente. Hubo un tiempo... ¡y es verdad!... Pero ya aquel tiempo huyó, en que vate me llamó la indulgencia o la amistad.

Ya el cuerpo de la sarracena le dejaba en el sentido un olor imaginario de untura brujeril y de husmo. Con qué goce tan grande comenzó a experimentar los primeros impulsos de desapego. Rabiosa fruición de tortura se mezclaba ahora a todas sus caricias.

Hízolo movida de la necesidad de abnegación que experimentan las naturalezas ricas y jóvenes, a quienes su propia actividad tortura y han menester encaminarla a algún fin, y del instinto que impulsa a dar de comer al animal a quien todos descuidan, o a coger de la mano al niño abandonado en la calle. Al alcance de Lucía sólo estaba Pilar, y en Pilar puso sus afectos.

Vinieron a mi memoria las alegrías de los quince años, las fugitivas amarguras del primer pesar, la tortura congojosa del primer desengaño. ¡Mísera humanidad en la cual todo pasa y perece!

Nunca la recobraré, aunque vuelva á ver á mi hijo. Estas pruebas rasgan el corazón por toda la vida. Véame usted; estoy encorvada, blanca y arrugada como una octogenaria y no tengo cincuenta años. Ruego al cielo que los que me han proporcionado mi horrible tortura no sufran todo el castigo que merecen...

No hay por qué negarlo, hija mía agregó, al ver que Antonia se estremecía e inclinaba la frente como tratando de ocultar su rubor. Ese amor oculto ha sido siempre demasiado sublime y generoso para que te avergüences de él. has sufrido mucho. Celosa e indignada contra ti misma por tus celos, hallaste una tortura y un remordimiento en lo que hay de más santo en el mundo, en un amor virginal.

Su padre lo había confiado a un profesor del Seminario. ¿Sabía don Jaime dónde era el Seminario?... Hablaba el pequeño payés de él como de un remoto lugar de tortura. Ni árboles, ni libertad, ni aire apenas: la vida no era posible en aquel encierro.

Indudablemente no había sabido expresarse: necesitaba hablar con ella otra vez... Y decidió permanecer en Lourdes. Pasó una noche de tortura en el hotel, escuchando el rebullir del río entre las piedras. El insomnio le tuvo entre sus mandíbulas feroces, royéndolo con un suplicio interminable. Encendió la luz varias veces, pero no pudo leer.

Ya han hollado mis pies muchas espinas, y aunque avanzo llorando en mi camino, sólo encuentro doquier sombras y ruinas, tristes, como las tintas vespertinas, y obscuras, cual la voz de mi destino. ¿Qué me resta sufrir?... En mi amargura, ¿Dónde tender la vista lacrimosa sin que encuentre mi propia desventura? ¡oh!... ¿Como descansar de esta tortura el alma que no vive ni reposa?

Respecto á su origen se dieron varias explicaciones, todas las cuales fueron simplemente conjeturas. Algunos afirmaban que el Reverendo Sr. Dimmesdale, el mismo día en que Ester Prynne llevó por vez primera su divisa ignominiosa, había comenzado una serie de penitencias, que después continuó de diversos modos, imponiéndose él mismo una horrible tortura corporal.