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«Me está toreando protestaba él mentalmente . Se está divirtiendo conmigo... ¡Ay, si estuviésemos en tierra pudiera dejar de verte! ¡Qué patada te ibas a llevar, hija míaPero estaban en el Océano, encerrados en un espacio de unos centenares de metros. Una cadena irrompible los sujetaba a los dos, y cuando el uno se alejaba, el otro forzosamente iba detrás.

Todo eso sólo me prueba las singulares costumbres de una sociedad que no sabe ser caritativa sino bailando, toreando y jugando a la lotería.... No hablemos de eso: ya conozco estas heroicidades y las admiro: también eso tiene su mérito, y no poco.

Hacía algunos años que acompañaba al diestro en todas sus correrías como «mozo de estoques». Había comenzado en Sevilla toreando en las capeas al mismo tiempo que Gallardo; pero los malos golpes estaban reservados para él, así como los adelantos y la gloria para su compañero.

Carmen se estremeció con esta proposición. ¿Ver la corrida?... No. Había llegado hasta la plaza con un esfuerzo de su voluntad, y se arrepentía de ello. Le era imposible resistir la presencia de su marido en el redondel. Nunca le había visto toreando. Aguardaría allí hasta que no pudiese más.

Retírate. ¿A qué seguir toreando? Tenemos bastante para vivir, y a me duele que te insulte esa gentuza que vale menos que ... ¿Y si te ocurriese otra desgracia? ¡Jesús! Yo creo que me volvería locaGallardo quedábase preocupado luego de leer estas cartas. ¡Retirarse!... ¡Qué disparate! ¡Cosas de mujeres!

Es indescriptible la cólera que se apoderó de los espectadores. Si hubiera sido otro torero, hubiera pasado con una silba, grande o pequeña; pero haber concebido la esperanza de ver a un antiguo maestro toreando por el sistema de Montes y venir a la plaza a presenciar aquella ignominia, esto ponía fuera de a los aficionados. ¡Qué gritería, cielo santo! ¡Qué injurias! ¡Qué lamentos!

Partía de una ciudad para trabajar en el otro extremo de España, y cuatro días después retrocedía, toreando en una población inmediata a aquélla. Los meses del verano, que eran los más abundantes en corridas, casi los pasaba en el tren, en un continuo zigzag por todas las vías férreas de la Península, matando toros en las plazas y durmiendo en los trenes.

Eso no es nada gritaban los amigos, queriendo animar al torero con su ruidoso optimismo . Dentro de un par de meses ya estás toreando. En buenas manos has caído. El doctor Ruiz hace milagros. El doctor se mostraba igualmente alegre. Ya tenemos hombre. Mírenlo ustedes: ya fuma. ¡Y enfermo que fuma...!

A pesar de esto, siguió toreando a la fiera y apartándola de los picadores en peligro. Al principio, sus lances pasaron en silencio. Luego, el público, ablandándose, le aplaudió débilmente. Cuando llegó el momento de la muerte y Gallardo se plantó ante la fiera, todos parecieron adivinar la ofuscación de su pensamiento.

Hablaría a su marido enérgicamente. ¿A qué continuar toreando? ¿No tenían bastante para vivir?... Debía retirarse, pero inmediatamente; si no, ella iba a perecer. Era preciso que esta corrida fuese la última... Aun esto le parecía demasiado. Llegaba a tiempo a Madrid para que su marido no torease por la tarde. Le decía el corazón que con su presencia iba a evitar una desgracia.