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Los libros de caballería, que encantaron por tanto tiempo á los lectores españoles, no dejan de ser muy importantes . Mucho más influyó en ellos la sátira que se hace en Don Quijote, que en las novelas pastoriles que imitaban á la Diana, de Montemayor . Los prosistas españoles más distinguidos se consagraron á describir las costumbres y la sociedad de su época, ya en pequeñas novelas, en las cuales descolló entre todos Cervantes, imitándolo Montalván, Mariano de Carvajal y Saavedra y otros, ya en las famosas picarescas, por el estilo de El lazarillo de Tormes, que traducido é imitado ha recorrido toda Europa.

Frecuentemente la nieve es tan abundante en ese tiempo y los derrumbes de los cerros son tan temibles, que las gentes duran dias enteros incomunicadas y reclusas, porque las casas se cubren de nieve por todos lados en capas muy espesas. La vida es entónces bien triste y miserable en aquel desierto de hielo. En Chamonix se encuentran casi todas las comodidades que el viajero puede apetecer.

A todos les convido a mi boda. «¿Y quién es la novia?», dirán ustedes. Pues sepan que no la he visto. Mi señora madre lo ha arreglado todo con otras dos señoras de Córdoba, y, según me han dicho, es más bonita que el Sol, aunque ahora da en la manía de no salir del convento.

Buenos soldados, pero incapaces de realizar los milagros que todos les atribuían. ¡Ese Tchernoff! exclamaba Argensola . Como odia al zar, encuentra malo todo lo de su país. Es un revolucionario fanático... y yo soy enemigo de todos los fanatismos.

¡Para qué, mi señor don Alejandro? preguntó el farmacéutico relajando todos los músculos de su cara . ¡Para qué?... Para mi sosiego... para dormir, para comer... para vivir; ¡caray! para vivir, mi señor don Alejandro... Para todo eso.

La birreta cardenalicia parecía hincharse de soberbia sobre su cabeza pequeña, blanca y sonrosada. Nunca fue llevada una corona con tanto orgullo como aquel gorro rojo. Extendió su mano enguantada de púrpura, sobre la que lucía la esmeralda episcopal, y con un gesto imperioso hizo que uno tras otro fueran besándola todos los canónigos.

En suma, un gran señor y un artista de exquisita sensibilidad, al mismo tiempo que un soldado. El conde no podía admitir el silencio de Desnoyers. Era su comensal, y creyó del caso hacerle hablar para que interviniese en la conversación. Cuando don Marcelo explicó que sólo hacía tres días que había salido de París, todos se animaron, queriendo saber noticias.

Todos corrieron a su encuentro, y Jacobo el primero; mas antes, deteniéndole Currita por el brazo, con familiaridad de prima cuarta de su esposa legítima, le dijo: ¿Nos veremos, Jacobo?... Quiero presentarte a Fernandito... Vivimos en el segundo piso, número 120. La duquesa se inclinó al oído de Leopoldina, diciendo: ¿Oyes?... Quiere presentarlo a Fernandito.

Por estas razones que dijo, acabaron de enterarse los caminantes que era don Quijote falto de juicio, y del género de locura que lo señoreaba, de lo cual recibieron la mesma admiración que recibían todos aquellos que de nuevo venían en conocimiento della.

¡Oh, Mabel! intervino María Teresa, ¡puede usted decir eso! ¡Hay tanta miseria todavía!... Me sorprende que todos los que se mueren de hambre permanezcan tan resignados y no traten de rebelarse contra nosotros, que disfrutamos de todo. Somos muy culpables hacia ellos... ¿Culpables?... ¿culpables de qué?