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Todas estas flegmasías exigen la cantárida, aun en su estado crónico con las condiciones de eretismo, que es el fondo de la accion de la cantárida, aun en el último grado de la astenia.

A la mañana siguiente, cuando María Teresa se despertó, hacía un sol bellísimo. El aire tibio penetraba en su cuarto, cargado de brisas marinas y del perfume de las flores. Ante la belleza del día, todas sus preocupaciones se disiparon.

Para mayor evidencia de cuanto se ha dicho, y se dice, conviene saber que hay cuatro suertes de jesuitas. La primera es de algunos seglares de uno y otro sexo que ellos llaman obediencia ciega, regulándose en todas sus acciones por el consejo de los padres de la Compañía, prontisimos á observar sus órdenes y mandatos.

La amistad de un poderoso insolente siempre se ha de temer, por que la amistad fácilmente se pierde y queda el poder libre de respetos para egecutar su furia, y sus antojos. Suplicó al Infante fuese servido de detenerse, mientras él con la armada daba razon á los capitanes del campo de lo que se le habia encargado, que eran la mayor parte de sus haciendas, y todas sus mujeres é hijos.

-Por cierto, buen escudero -respondió la señora-, vos habéis dado la embajada vuestra con todas aquellas circunstancias que las tales embajadas piden.

Pero el elemento principal de orden y moralización que la República Argentina cuenta hoy es la inmigración europea, que de suyo, y en despecho de la falta de seguridad que le ofrece, se agolpa de día en día en el Plata, y si hubiera un Gobierno capaz de dirigir su movimiento, bastaría por sola a sanar en diez años no más todas las heridas que han hecho a la patria los bandidos, desde Facundo hasta Rosas, que la han dominado.

No, no, Francisca, no te figures eso exclamé espantada y sin llorar ya esta vez; estoy enferma... Enferma... ¿Dónde? Por todas partes... Una especie de angustia, ¿eh?... . Falta de interés hacia todo... Una idea fija... , ... Accesos de tristeza... Ganas de llorar... , dije sintiendo que las lágrimas se me escapaban con abundancia.

Don Paco dejó, pues, de ir todas las noches a casa de ambas Juanas; ya no veía a Juanita en la fuente y sola, porque él mismo había predicado para que no fuese, y, sin embargo, no acertaba a sustraerse a la obsesión que Juanita le causaba de continuo, presente siempre a los perspicaces ojos de su espíritu, así en la vigilia como en el sueño. Por dicha, no le atormentaban los celos.

Pero este plan era menos «concluyente» que el otro, y estaba expuesto a quiebras que podían salirnos caras a los acometedores, por más que nos asistiera la justicia, según todas las leyes divinas y humanas. Así y con todo, se pesarían y medirían ambos planes si llegaba el caso y en su hora, y se optaría por el mejor.

De todas maneras, aquello era una atrocidad preñada de peligros, de inconvenientes, de futuros males... y de males presentes. Con Minghetti jamás hablaba de lo que se le venía encima. Era un tema de que huían los dos en sus conversaciones. El barítono estaba contrariado, sin duda alguna. Sentía despecho, que le hacía sonreír con cínica amargura; se sentía metido en una atmósfera de ridículo.