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Desde pequeño fuí enfermizo y débil, por lo cual puedo decir, sin gran exageración, que toda mi niñez y la mitad de mi juventud las pasé en consultorios de doctores. En verdad, era una maravilla para todos mis allegados que fuese yo viviendo.

Esta torre no está arruinada; conserva hoy toda su altura primitiva, que pasa de cien pies, y las hiladas regulares de granito que componen el magnífico aparato octogonal, le dan el aspecto de un trozo formidable cortado ayer, por el más puro cincel. Nada más imponente, más orgulloso ni más sombrío que este viejo torreón, impasible en medio de los tiempos, y aislado en la espesura de los bosques.

Ya es tiempo de dar alguna noticia de estos dos celosísimos Misioneros para ilustrar esta historia con la relación de su vida y virtudes, bien que será con toda concisión. Nació el P. Joseph de Arce á nueve de Noviembre del año de 1651, en la isla de la Palma, una de las Canarias.

Afirmo, primero, que el arte ha de ser sólo por el arte, y afirmo en seguida que el arte, sobre todo cuando es la palabra el medio que emplea para producir la hermosura, contiene en y pone, en toda obra suya de algún valer, cuantos problemas y enigmas estimulan la actividad del entendimiento humano, moviéndole á negar ó afirmar y á pronunciarse en uno ó en otro sentido.

Si a pesar de tanta riqueza de ingredientes el pasto espiritual que doy al público resulta desabrido o empalagoso, no te negaré que he de afligirme, pero me servirá de consuelo lo inocente de mi trabajo. Nada más inocente que componer un libro de entretenimiento aunque no entretenga. Con no leerle evitará toda persona discreta el mal que involuntariamente pudiera yo causarle.

Este Obispo, Caballero gran Cruz de Isabel la Católica y Socio correspondiente de las Academias Española y de la Historia, visitó con celo verdaderamente apostólico toda la diócesis, administrando el santo Sacramento de la Confirmación hasta en los pueblos mas pequeños, y dirigiendo en todos ellos su paternal y cariñosa voz a los fieles: reedificó la escuela de la enseñanza y reconstruyó el ex-convento de Capuchinos en las inmediaciones de Teruel, para establecer en él como estableció una casa de misión y corrección . Escribió y publicó varios artículos en la Revista Católica, Pastorales y discursos llenos de erudición, entre ellos el que pronunció en Madrid por encargo de la Academia Española, en el aniversario de Cervantes, año 1864.

Antejósele a Jacobo que aquel militar era de la clase de tropa que iría al ministerio de la Guerra y siguióle con la vista muy atentamente... Mas el militar dobló la esquina de la casa de Riera, dando un resbalón, y desapareció por la calle del Turco... ¡La calle del Turco!... ¡Ah! ¡La calle del Turco!... Allí se había cometido cuatro años atrás un asesinato, otro asesinato, en la persona de un hombre famoso, de un amigo que le había hecho a él grandes favores, favores de lobo a lobo, pero al fin y al cabo siempre favores... También entonces habíase vislumbrado en aquello la mano de los masones, y él, ¡oh!, él sabía bien a qué atenerse... Por eso tuvo que huir a toda prisa impulsado por el destino, pícaro destino, que le arrebataba a Constantinopla a resbalar en otro charco de sangre y a emprender otra fuga a Italia, a Francia, a España más tarde.

Y Saúl volvió a enviar por tercera vez mensajeros, y ellos también profetizaron. 23 Y fue allá a Naiot en Ramá; y también vino sobre él el Espíritu de Dios, e iba profetizando, hasta que llegó a Naiot en Ramá. 24 Y él también se desnudó sus vestidos, y profetizó también delante de Samuel, y cayó desnudo todo aquel día y toda aquella noche. De aquí se dijo: ¿También Saúl entre los profetas?

El paisaje cambió á ambos lados de la vía, que atravesaba ahora terrenos pantanosos. En las blandas praderas chapoteaban y rumiaban rebaños de búfalos, rudos animales que parecían tallados á hachazos. La doctora habló de Pestum, la antigua Poseidonia, ciudad de Neptuno, fundada por los griegos de Sybaris seis siglos antes de Jesucristo. Su prosperidad comercial dominaba toda la costa.

El pensamiento de Dios fue entonces como una brasa metida en el corazón; todo ardió allí dentro en piedad; y Ana, con irresistible ímpetu de fe ostensible, viva, material, fortísima, se puso de rodillas sobre el lecho, toda blanca; y ciega por el llanto, las manos juntas temblando sobre la cabeza, balbuciente, exclamó con voz de niña enferma y amorosa: ¡Padre mío! ¡Padre mío! ¡Señor! ¡Señor! ¡Dios de mi alma!