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La señora no ha oído llamar, está en su tocador... ¿quiere el señor que la avise? preguntó Anselmo. ¿Eh? no, no, deja... digo... si el señor Magistral quiere hablarme a solas... y se volvió el amo de la casa al decir esto. Bien, ; al despacho... entremos en su despacho.... Entraron. El temblor de Quintanar era ya visible. «¿Qué iba a decirle aquel hombre? ¿A qué venía?...».

La gente estaba lo mismo, como si el líquido se hubiera derramado en el suelo: solamente el tocador rasgueaba con más fuerza y los demás batían palmas con una agitación loca, gritando a un tiempo para jalear al viejo bailarín.

Volvió la cabeza y vio allá en un rincón a Josefina de rodillas y amarrada codo con codo al tocador, de tal suerte que le sería imposible levantarse sin alzar el pesado mueble, cosa muy superior a sus fuerzas. Amalia se apresuró a dar una explicación. Esta chiquilla se está haciendo tan mala, que me veo precisada a atarla para que se esté quieta.

Para arreglarse un poco y lavar los ojos no quiso llevarla al tocador del baile: subióla al de la duquesa. Al cabo de unos minutos bajaron ambas. Irenita prometió no dar a conocer su pena. En cuanto Clementina enteró a Pepa de lo que había pasado, se sulfuró de tal modo que tuvo necesidad de contenerla para que no fuese a arañar a su yerno.

Con la desaparición de sus elegancias cesaron igualmente los cuidados de tocador, y el gris discreto de un teñido prudente ha dejado paso al blanco de una franca vejez. Don Marcos señala la plaza hacia la que se dirigen los dos. ¡Si hubiese visto Su Alteza esto la noche del armisticio! La noticia del triunfo hacía correr á todas las gentes.

Acaso ese oro que a fuer de elegante has ganado en tu sarao y que vuelcas con indiferencia sobre tu tocador, es el precio de honor de una familia. Acaso ese billete que desdoblas es un anónimo embustero que va a separar de ti para siempre la mujer que adorabas; acaso es una prueba de la ingratitud de ella o de su perfidia.

Prepara un maletín con los avíos de tocador y ropa interior; nada de frac, ropa de etiqueta, ninguna. Saldré en cuanto almuerce; puede que vuelva acompañado... y entonces ya te daré órdenes; pero lo probable es que no vuelva.

Ha bajado la escalera quebradita de color. ¿Has tenido calentura? ¿O has tenido nuevo amor? Que con el aretín, que con el aretón. Ni he tenido calentura ni he tenido nuevo amor. Me se ha perdido la llave de tu rico tocador. Que con el aretín, que con el aretón. Si las tuyas son de acero, de oro las tengo yo. ¿De quién es aquel caballo que en la cuadra relinchó?

Mentalmente y como por máquina repetía estas tres voces, que para ella habían perdido todo significado; las repetía como si fueran de un idioma desconocido. Después, saliendo de no sabía qué pozo negro su pensamiento, atendió a lo que leía. Dejó el libro sobre el tocador y cruzó las manos sobre las rodillas.

¡Oh! amigo mío, no es sólo eso lo que ; ¿y su quinta a orillas del Guadalquivir? ¿y aquel lindo tocador tapizado con esteras de Lima, con sus persianas verdes y su pila de mármol blanco? ¡Jesús! ¡cómo ese demonio puede saber!... Es allí donde, durante el ardiente calor del día, la señora Pérez va a buscar el silencio y el fresco. ¡Perro! no profanes un nombre respetable.