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El rio Saladillo, por razon de ser salado, solo se bebe por el ganado: casi todo el año tiene tan poca agua, que en un parage, llamado el Callighen, á ocho leguas de su boca, donde es muy ancho, no llegan las aguas á los tobillos, y aun

Dos sabios de laboratorio y su séquito de ayudantes, llegados de la capital en varios automóviles, se encargaron del golpe decisivo, pinchándole en las muñecas y en los tobillos con las agudas lanzas de unas mangas de riego. Así le inocularon el soporífico paralizante. Es verdaderamente extraordinario continuó el profesor que haya conocido usted el nuevo sol que ve en estos instantes.

Observándose, no obstante, en tan gallardo ejemplar femenino rasgos reveladores de su extracción: la frente era corta, un tanto arremangada la nariz, largos los colmillos, el cabello recio al tacto, la mirada directa, los tobillos y muñecas no muy delicados.

Resonaron entusiastas aplausos; todos creían ya en el triunfo y muchos en la condecoracion. ¡Que conste, señores, dijo Juanito, que yo fuí uno de los primeros iniciadores! El pesimista Pecson no estaba entusiasmado. ¡Como no tengamos la condecoracion en los tobillos! dijo. Pero afortunadamente para Pelaez la observacion no se oyó en medio de los aplausos.

El tejedor volvió a tomarla en las rodillas. Sin embargo, sólo fue un rato después que al espíritu lento del solterón Silas se le ocurrió que eran los zapatos mojados los que causaban el dolor de la criatura, apretándole los tobillos recalentados.

Un ratito después, calló la campana y llegaron dos hombres con sendos brazados de velas y de cirios que mandaba el Cura, por delante. Venían enjutos de tobillos arriba, pero muy espelurciados y «ardiéndoles» las narices y las orejas; porque, según declararon, aunque había cesado de nevar, continuaba soplando el cierzo, más frío que la misma nieve.

Por el cuello le mete la lanza a Héctor, que cae muerto, pidiendo a Aquiles que su cadáver a Troya. Desde los muros han visto la pelea el padre y la madre. Los griegos vienen sobre el muerto, y lo lancean, y lo vuelven con los pies de un lado a otro, y se burlan. Aquiles manda que le agujereen los tobillos, y metan por los agujeros dos tiras de cuero: y se lo lleva en el carro, arrastrando.

Las mugeres vestian el tipoy, especie de camisa sin mangas que les caia hasta los tobillos. Ambos sexos se dejaban crecer el cabello, bañándoselo constantemente con aceite de motacú. Hallábanse entre tanto gobernados por gefes, cuya autoridad se limitaba á dar el consejo, y á colocarse al frente de cada tribu en caso de guerra.

Los cadetes venían por la tarde a contemplarlo, siendo para ellos lo más notable de la Primada aquel coloso de carnes sonrosadas que, con el niño al hombro, adelantaba sus piernas angulosas, apoyándose en una palmera que parecía una escoba. La alegre juventud militar divertíase midiendo los tobillos con el sable y calculando después cuántos «sables» de altura alcanzaba el bendito coloso.

Desapareció igualmente la máquina que había servido el desayuno, y los siervos atletas empezaron á trabajar en torno del cuerpo de Gillespie. En un momento le libraron de las ligaduras que sujetaban sus muñecas y sus tobillos. Al desliarse el enroscamiento de los hilos metálicos, las máquinas voladoras tiraron de estos cables sutiles, haciéndolos desaparecer. Pero no por esto se alejaron.