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Los sacaban a trotar por los desmontes inmediatos a la plaza, haciéndoles adquirir una energía ficticia bajo el hierro de sus talones, obligándolos a dar vueltas para que se habituasen a la carrera en el redondel. Volvían a la plaza con los costados tintos en sangre, y antes de entrar en las caballerizas recibían el bautismo de unos cuantos cubos de agua.

Duró la comida no menos de dos horas, y no se acordaba Cervantes de haber comido en su vida de una tan egregia manera, no embargante lo cual, inapetente mostrose; que harto le ocupaban el cuerpo los pensamientos que le combatían, aunque en el semblante sus efectos disimulase; y disimulaba doña Guiomar, pero mostrábase taciturna; y en cuanto a Margarita, no podía pasar bocado, porque su triste madre se la representaba muerta a las crueles manos de la miseria, y recién enterrada, y la desnudez de la mezquina casa que para siempre había abandonado se la ponía en comparación con aquella ostentosísima sala, ennoblecida por tablas y lienzos de los más estimados pintores sevillanos, y con aquella riquísima mesa, cargada de oro y plata, de flores y frutas, en cuyas botellas de rico cristal de Alemania aparecían los dorados vinos de Montilla, y los pardos del Rhin, y los tintos de la Mancha, pareciendo los unos topacios, y carbunclos negros los otros.

Los herreruelos eran soldados de caballería ligera, de cuya suciedad nos da noticia un contemporáneo, Diego Núñez de Alva, en sus Diálogos de la vida del soldado: "Se dicen herreruelos, o por los martillos con que pelean, o por el color, que no paresce sino que traen siempre los rostros tintos con carbón, tan rayados andan de suciedad; no si lo causa el sudor y el polvo, si andar las manos sucias del bálago quemado o otras cosas, con que dan a las negras armas color."

Y con intrepidez esperó al monstruo cuyos cuernos estaban tintos en sangre, y lo abatió a sus pies... El espanto se había apoderado de , puse las manos en la balaustrada del palco, tanto temía por él; porque me parece que si él hubiese sido herido, yo habría muerto. Entonces él se apoderó de mi mano, ¡oh!, bien a mi pesar, madre mía... y la besó, ... Sus ojos se cerraron.

Los poetas de raza mueren. Los poetas segundones, los tenientes y alféreces; de la poesía, los poetas falsificados, siguen su camino por el mundo besando en venganza cuantos labios se les ofrecen, con los suyos, rojos y húmedos en lo que se ve, ¡pero en lo que no se ve tintos de veneno! Vamos, Lucía, me estás poniendo hoy muy hablador. ves, no lo puedo evitar.

Otras veces aquellos dedos, en sangre tintos, ocupábanse en usos industriales del género de Candelario; pero pronto recobraban su belleza revolcándose en espuma de jabón y estrujándose en agua hasta quedar limpios como el oro y finos como la seda. Así y todo se pirraban por dar una bofetada. ¿Qué se le ofrecía a usted, caballero? ¿Está ese Sr. Tablas? Perico querrá usted decir. Esta no es hora.

Allí se fabrican sederías y muchos tintos, algún azúcar, varios tejidos, sombreros, máquinas y objetos de fundicion, jabones, encurtidos, loza, etc., se trabajan mil objetos de arte, como lindos abanicos, bustos de yeso muy delicados y otras curiosidades de mano, y se hace una vasta preparación de frutas conservadas y destilaciones.