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Era fuerte, valiente, tímida, tostada por el sol y por el aire del mar, con las cejas un poco juntas. Aquel día estaba vestida de fiesta: llevaba una blusa clara, una falda azul, medias rojas y alpargatas blancas. Cualquier cosa la confundía y la turbaba. Me pareció ser una excelente amiga para Mary y que la tenía mucho afecto. Mary me dijo que ellas iban al faro.

Una aprensión invencible la había imposibilitado para llevar la conversación al recuerdo de su padre. Como la irritara su propia falta de audacia y excitada por la violenta curiosidad, se decidió al fin: Ustedes trataron mucho a papá... Y miró a Zoraida, la mayor, con expresión de tímida simpatía. No parecieron en manera alguna sorprenderse.

Era un chocar de cadenas que parecía el ruido de un montón de clavos y llaves viejas, y de vez en cuando una voz débil repitiendo: «Pa... dre nuestro que es... tás en los cielos... San... ta María...» con la expresión tímida y suplicante del niño que se duerme en brazos de su madre. ¡Siempre repitiendo la monótona cantinela, sin que pudieran hacerle callar!

Pero si no hay inquilino al lado... No comprendo... En fin, no es para ... ¿Qué significa esto? Me fastidia usted; llévese eso. La pobre mujer se puso á plegar tristemente su mantel, dirigiéndome las miradas desconsoladas de un perro á quien se ha castigado. ¿El señor ha comido probablemente? volvió á decir con voz tímida. Probablemente.

En medio de su austeridad, el terrible elemento no puede menos de sonreirse al contemplar sus gracias naturales. Además, la vida tímida está llena de melancolía. Posee el pie para arrastrarse, mas, no se atreve. «¿Quién te lo impide? Tengo miedo... el cangrejo me acecha; si me entreabro, se cuela en mi morada.

A los méritos que acabamos de indicar, la señorita de Latour-Mesnil había tenido el talento de añadir otro, de cuya influencia no es dado a la naturaleza humana libertarse: era extremadamente linda; tenía el talle y la gracia de una ninfa, con una fisonomía un poco selvática y pudores de niña. Su superioridad, de la que se daba alguna cuenta, la turbaba; sentíase a la vez orgullosa y tímida.

Benditas sean sus manos dice el joven en voz baja y tímida, y con más gravedad que de costumbre. No puede menos de acordarse de su madre muerta, que continuamente estaba quejándose del polvo insoportable y de que no hubiera en todo el patio el más pequeño sitio para descansar. ¡Qué lástima que no pueda ver esto! dice a media voz, siguiendo su pensamiento. ¿La madre? pregunta ella.

Esto le dijo en francés una voz tímida y respetuosa; y al levantar los ojos, vio Maltrana al «hombre lúgubre». ¡

Me la imaginaba yo vestida de blanco, cubierta con vaporoso velo, coronada de azahares, tímida, sonrojada, radiante de alegría. Ya me parecía verla a mi lado, de rodillas, delante del altar.

Y más tarde piensas: "Si la hubiese conocido cuando ella tenía quince años, si hubiéramos entonces hablado en una familiar confianza, ¿habría ahora ese recato de matrona sobre sus ojos, esa absoluta indiferencia para cualquier motivo de conversación que implicara siquiera la tímida curiosidad de su secretos íntimos, de los sueños que halagan sus horas solitarias?"