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Digo más: la Catedral Vieja es la venerable ejecutoria, el arca santa de tantísimos timbres y blasones..... Su antiguo Claustro, que infunde profundísima reverencia, fué cuna de los estudios salmantinos. Allí se ve la célebre Capilla de Santa Bárbara, donde, hasta hace cosa de cuarenta ó cincuenta años, se conferían los Grados Mayores.

Arriba, las oficinas estaban instaladas con mayor lujo: las paredes eran de un blanco charolado; brillaban las mesas y taquillas de madera rojiza, así como los lomos de cobre de los grandes libros de cuentas. Los verdes hilos de la luz y de los timbres corrían por las cornisas de una á otra pieza, y sobre las chimeneas funcionaban relojes eléctricos.

Si hay deseos venéreos, los órganos no corresponden, y si se escitan los deseos, no existen; la debilidad general produce este estado, y la grande agitacion de la sangre provocada por el cóito lo demuestra igualmente, así como los timbres producidos por simples deseos venéreos.

Y Brull, orgulloso del mandato, salía como un rayo entre el estrépito de los timbres que llamaban los diputados a votar y las correrías de los ujieres.

Pero ¿cómo prometerse semejante carácter de pureza del arte de unos tiempos como aquellos en que manchaban el solio de S. Fernando el concubinato, la tiranía, el fratricidio, la disipacion, la impotencia, y desdoraban los timbres de los mas ilustres linages la venalidad, la adulacion, la traicion, el lenocinio?

Todos los timbres de su cerebro sonaron a un tiempo. No pudiendo sufrir tanto estrépito, vino al suelo privado de conocimiento. Su pecho magnánimo sólo tuvo fuerzas para exhalar una queja melancólica. ¡Recongrio, me han escuaernao esos sinvergüenzas!

Al llegar a casa volvió el tío Manolo a ayudarla a saltar del coche y ofrecerla caballerosamente su brazo para subir la escalera. El brigadier y su hijo marchaban detrás. Aquella hermosa señora que estusiasmó a Miguel, era hija de una familia sevillana, tan necesitada de bienes de fortuna como rica en timbres y blasones.

El presbiterio está formado por cuatro grandes arcos de medio punto, dos á cada lado, decorados con follagería de estuco y otros adornos con filetes dorados, entre los cuales se ven dos grandes escudos de España con las insignias y timbres imperiales.

Pues ya le ha conocido usted en el señor de la torre de Provedaño. Ese hombre insigne, con todo su saber, con todas sus virtudes, con todos sus timbres de ilustre linaje, con todos sus sacrificios enderezados al bien y a la gloria del suelo en que ha nacido y de la patria entera, es un mártir de su trabajo de Sísifo incansable.

Y sin ir tan lejos, en la misma capital de Austria, hay un egregio conde que tiene tienda de cristalería, y otro muy distinguido caballero que la tiene de tejidos de lana en la calle de Carintia. ¿Porqué pues, sin desdoro de sus timbres y blasones, no ha de tener un baratillo un señor de noble prosapia? Acaso, dijo Poldy, Isidoro de Ziegesburg entre en esa cuenta.