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Ya hice mi artículo, pero ¡oh cielos! El editor me llama. Señor Fígaro, usted trata de comprometerme con las ideas que propala en ese artículo... ¿Yo propalo ideas, señor editor? Crea usted que es sin saberlo. ¿Conque tanta malicia tiene?... Si usted no tiene pulso... Perdone usted; yo no creí que mi sistema político era tan... yo lo hice jugando...

Y Gregoria, que dice... Estas mujeres son de lo más infeliz que ha echado Dios a la tierra; las hay vivas y aun de talento, ya lo creo, pero a la que sale tonta, y son muchas, el animalillo más miserable de la creación la gana en malicia... Gregoria es tonta de remate, de una candidez evangélica, y se traga cada rueda de molino, que da miedo; la pobrecita no tiene más defecto que sus celos ridículos que, francamente, no sientan a su edad, pero es buena, y me quiere, eso ; ¡me lo ha probado muchas veces!

Pero, en fin repuso el hombre, que parecía dominado por una idea fija . Aunque usted no sea completamente un intelectual, por lo menos tendrá usted un cerebro... Yo me rasqué instintivamente el cráneo. ¡Hombre! ¡Un cerebro! ¿Quién no tiene un cerebro? Claro que son muy pocas las personas que lo usan; pero todo el mundo tiene un cerebro.

Que es hombre que gasta malas pulgas, y si se entera de que usted u otro cualisisquiera anda buscándole las vueltas pa torearle, pues, a la señorita y a usted, ú al que sea, lo hace polvo. El tal señor de Martínez es atroz de grosero y de mal hablao. Me tiene sin cuidado. Lo principal es que yo me haga simpático a la señorita..., luego..., si viene ya nos las compondremos como podamos.

Despues de esto Malínas no tiene otra cosa que merezca atencion ni curiosidad, por lo cual el viajero se da priesa de ir á observar en Brusélas el movimiento político y las pruebas del gran progreso intelectual y social de los Belgas, ó bien á admirar en Ambéres los esfuerzos del comercio nacional y los monumentos y museos que atestiguan la gloria de esa ciudad que fué la cuna de la escuela brabantina.

Los teatros llaman con sus rótulos de gas, las tiendas atraen con el charlatanismo de sus escaparates, los cafés fascinan con su murmullo y su tibia atmósfera en que nadan la dulce pereza y la chismografía. El vagar de esta hora tiene todos los atractivos del paseo y las seducciones del viaje de aventuras. La gente se recrea en la gente.

D. Teodoro, que hace días me tiene inquieto el estado de exaltación en que se halla mi hijo: yo lo atribuyo a la esperanza que le hemos dado.... Pero hay más, hay más. Ya sabe usted que acostumbro leerle diversos libros. Creo que ha enardecido demasiado su pensamiento con mis lecturas, y que se ha desarrollado en él una cantidad de ideas superior a la capacidad del cerebro de un hombre que no ve.

Alabo mucho su resolución, y esclarecidos santos tiene el cielo, que primero fueron valientes soldados, como San Ignacio de Loyola, San Sebastián, San Fernando, San Luis y otros. ¿Ha estudiado usted teología? me preguntó un señor de los presentes.

En fin, mal que bien, estuvo ya la casa adornada, pero ¡oh desgracia! mi amigo tiene un suegro sumamente gordo; verdad que es monstruoso; y es hombre que ha menester dos billetes en la diligencia para viajar; como a éste no se le podía romper la pata como al sofá, no hubo forma de meterlo en casa. ¿Qué medio en este conflicto? ¿Reñir con él y separarse porque no cabe en casa? no es decente. ¿Meterlo por el balcón? no es para todos los días. ¡Santo Dios! ¡que no se hagan las casas en el día para los hombres gordos!

»En aquel clima, casi igual, se desconoce la terrible enfermedad de la tisis, enemiga funesta de la juventud; apenas se tiene idea de las pulmonías ni catarros, y no se habla nunca de los nervios.