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El español lánzase furioso tras él, lo alcanza en la calle, y ¡pim, pam! por dos veces lo abofetea en los carrillos... El Iscariote se arrodilla con los brazos en cruz... El español, un poco avergonzado, vuelve a entrar en la tienda... Al verlo se levanta el judío y pasea una mirada socarrona por la abigarrada multitud que lo rodea.

Halló a Doña Paca de mal temple, porque se había parecido en la casa, muy de mañana, un dependiente de la tienda, y habíala insultado con expresiones brutales y soeces.

El malestar y la tristeza de Velázquez iban creciendo. En cuanto Antoñico ponía el pie en la tienda quedaba silencioso y sombrío que daba grima mirarle.

La montonera, aturdida, envuelta por todas partes, con el ejército a su frente, a sus costados, a su retaguardia, tuvo que dejarse coger en la red que se le había tendido, y cuyos hilos se movían a reloj desde la tienda del general.

Y se puso a la obra, y desenterró poco más de cien peluconas, de esas que bajo el Indiae et Hispaniarum Rex lucían el busto de Carlos III o Carlos IV. Román volvió a habilitar la tienda, y su comercio de platería marchó viento en popa.

Sus largos cabellos mal trenzados, desaliñados y sin peineta, colgaban hasta el suelo. Calzaba zapatos de seda en chancletas, y llevaba largos pendientes de oro. ¡Cállate, cállate, Ramón! dijo con voz ronca al entrar en la tienda . No me desuelles los oídos.

12 el arca, y sus varas, la cubierta, y el velo de la tienda; 13 la mesa, y sus varas, y todos sus vasos, y el pan de la proposición. 14 El candelero de la luminaria, y sus vasos, y sus candilejas, y el aceite para la luminaria; 15 y el altar del incienso, y sus varas, y el aceite de la unción, y el incienso aromático, y la cortina de la puerta, para la entrada del tabernáculo.

Iba presuroso y acobardado, llevando un paquete de papel en la mano, algo como dos libras de azúcar, recién compradas en la tienda. ¡Aquel lleva veneno! gritaron varias mujeres corriendo hacia él. El lego fue rodeado por un grupo y desapareció en él. No se vio más que un estremecimiento de brazos y cabezas, un enjambre de cuerpos que forcejearon entre gritos.

Que ya la gente del gremio estaba en el secreto de adulterar los confites y engañar al pueblo se ve que no era cosa nueva, pues así se desprende de los capítulos 30 y 31, que dicen: «Item ordenamos que ningún oficial de confituría sea osado á mezclar la confitura que hiciese con almidón, harina, ni otras misturas, so pena de perdida la dicha colación y de seis mil maravedís por la primera vez, y por la segunda sea privado del dicho oficio de confitero por seis meses y no tenga más tienda, y por la tercera que la justicia ordinaria proceda á hacerle conforme la calidad y gravedad del delito 31.

Bien yo que al que se queda pobre la gente suele despreciarle y volverle la espalda, pero no hasta el extremo de que no quede una sola criatura racional que le tienda la mano y que le aliente y consuele.