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Don Diego lloró con ella: las lágrimas se deslizaban por su rostro varonil como la lluvia sobre una estatua de bronce. Cometió todas las cobardías que el amor exige. Habló de la futura condesa con una frialdad rayana en el desprecio; prometió por su honor que ella no viviría largo tiempo y hasta ofreció a la señora Chermidy que le permitiría ver a Germana antes de la boda.

Yo no; yo quiero estar despierta y sentir los pasos del tiempo. Quiero ver mi equipo, tocarlo, guardarlo, quiero ver mi blanco traje de novia, quiero pensar en mis zapatos, en mis camisas, en mis gorros, quiero sacar de su estuche las joyas, quiero recibir los regalos que me envíen las amigas. Vosotros los hombres no sabéis lo que pasa por nuestro corazón en este tiempo.

En esta virtud puede V.S., siendo servido, mandar que el comisionado haga presente á los caciques amigos, por medio de Francisco Agurto, Baltazar Ramirez, ú otros emisarios de su confianza, el deseo de verles y manifestarles el agrado que han causado al Rey, á V.S., y al Gobernador de la plaza, las expresiones y operaciones, con que en el tiempo del Gobierno de D. Joaquin de Espinosa, dieron pruebas de su lealtad y verdadera amistad con los españoles; y que con este motivo procuren adelantar las noticias de los parages en que realmente existen los establecimientos de españoles y extrangeros, si los hubiere, y la de los caminos mas cómodos para llegar á sus poblaciones: aprovechando las ocasiones que se les presenten de contraer nuevas amistades, y de ponerlos en estado de que ellos mismos rueguen por el descubrimiento de dichas poblaciones, y ofreciéndoles que, mediante su generosidad, serán bien regalados ellos, sus mugeres é hijos.

Había oído en hora y media un curso peripatético ¡a pie y andando todo el tiempo! de arqueología y arquitectura y otro curso de historia pragmática.

La segunda parte de la edad de oro del teatro español, con arreglo á mi plan primitivo, se expone con detenimiento en el tomo III, aun cuando no sea posible, que, en el examen de las obras de los poetas innumerables que se agrupan en torno de Calderón, se inviertan el tiempo y la prolijidad que él sólo merece; y de aquí que mis juicios alcancen á los más célebres, ó á los que estimo de más mérito, haciendo ligeras indicaciones de los demás, y en ocasiones mencionándolos simplemente.

«No he omitido la menor cosa: estas fueron sus propias palabras. Tiene razón. Fuera de eso, no hay nada...» Y Ferpierre, a pesar de estar acostumbrado desde hacía largo tiempo al espectáculo del dolor, se sentía conmovido al pensar cuán amarga debía haber sido la pena de esa creyente.

32 Y verás competidor en el tabernáculo, en todas las cosas en que hiciere bien a Israel; y en ningún tiempo habrá viejo en tu casa. 36 Y será que el que hubiere quedado en tu casa, vendrá a postrársele por un dinero de plata y un bocado de pan, diciéndole: Te ruego que me constituyas en algún ministerio, para que coma un bocado de pan.

En nuestro siglo que marcha tan aprisa, y en esta época en que las construcciones para ser buenas han de exigir poco tiempo, se ha levantado en Santa Clotilde un templo gótico puro, sin mezcla de gustos ni estilos. Es una iglesia bellísima y digna de ser vista: acaba de ser terminada y entregada al culto público.

La solemnidad beatífica con que encubre su nulidad, sus manos cuidadas de ocioso, sus pretensiones de resolver las cuestiones de etiqueta diplomática, porque fue en otro tiempo simple agregado a la legación de Berna, y hasta ese pueril conocimiento de las genealogías aristocráticas que le permite jugar con los grandes nombres como un chicuelo con las tabas, todo ese conjunto de necedades divierte a Lacante y completa el decorado.

Quevedo permaneció inmóvil con el sombrero echado al costado derecho y la mano izquierda puesta sobre los gavilanes de la espada. Esta situación duró algún tiempo.