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Y Enrique Thomas, agotado, enervado, casi doloroso, concluía por someterse. Muchos años después pasó al teatro del Gimnasio, y allí, bajo la autoridad durísima del veterano Montigny, siempre descontento y regañón, acabó de perfeccionarse en su arte. A Montigny todo le parecía mal.

Cuando se comparan entre á los demás coetáneos, como á George Peele, John Lily y Thomás Kid por una parte, y á Argensola, Artieda y Cervantes por otra, no es dado descubrir unidad alguna en sus esfuerzos, ni un sistema propio dramático, de acuerdo en su fondo y en su forma, con las exigencias del arte.

Además de las imitaciones francesas de la comedia de Tirso, ya citadas, hay también una de Thomás Corneille, Le festin de pierre, y además otra, de 1667, de Rosimont, titulada L'Atheê foudroyé. La imitación italiana más antigua de este asunto es la de Lione Allacci: Il Convitatto di pietra, rappresentazione di Onofrio Giliberto, di Jolofra. Napoli, 1652.

Hablando de la sala donde este retrato estaba antes colocado en nuestro Museo, dice Lefort. «Allí hay retratos de los más grandes maestros, ¡y qué retratos! El Conde de Bristol, de Van-Dick, el Thomas Morus, de Rubens; otros de Antonio Moro, de Holbein, de Durero, y precisamente a su lado uno admirable de hombre por el Tintoretto.

Hubo un silencio. ¿Y si le hiciésemos cura? exclamó la madre. Y la opinión de la buena viejecita, que era muy católica, prevaleció. Enrique Thomas entró en un seminario.

No obstante, Enrique Thomas fué siempre un actor tempestuoso, arrebatado, que estuvo más cerca de Mounet-Sully que del circunspecto Le-Bargy. En «Kean» obtuvo un éxito inmenso. Había algo en él que le ponía fuera de mismo. Mas no por esto su prestigio menguaba; al contrario.

Y lo ha de escuchar el gaucho Tendido en su duro lecho, Mientras en pajizo techo Cante el gallo matinal. Reminiscencia de un pensamiento de Thomas Grey, que aunque lejana, tuve presente al escribir estos versos. Esta composicion pertenece tambien al género gaucho, tal como lo habia concebido en la época en que me ocupaba en escribir poesías.

Aquella noche, después de cenar, los dos viejecitos cayeron en la cuenta de que á Enrique Thomas, que ya pasaba de los dieciséis años, era necesario enseñarle un oficio. En una carrera no había que pensar; los pobres, como ellos, no deben poner el hito de sus ambiciones tan alto. Si fuese carpintero... dijo el padre: porque en París los carpinteros ganan mucho. Mejor sería ebanista. O sastre...

Había en sus afirmaciones exaltación inquebrantable, fe inmensa, contagiosa; ¡demonio de muchacho!... Y Sevestre, bonachón, se dejó convencer, y Enrique Thomas «debutó». Su viril hermosura interesó á las mujeres; sus ojos, ardientes, emocionaron; su voz, metálica, admirablemente templada, como la de Talma, para orquestar la furiosa sinfonía de las pasiones, hizo vibrar las almas.

Cierta noche Lafontaine vió en el teatro de la Porte-Saint-Martín á Frédérick Lemaitre, al gran Frédérick, romántico y enorme como Hugo, «y su alma dice Daudet, experimentó esa trepidación reveladora que sólo sienten los artistas y los amantes». Enrique Thomas se decretó un porvenir. Seré actor dijo.