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El miembro del tribunal que se encontraba a la izquierda del presidente le dijo por lo bajo: ¿Por qué no les pregunta usted a las demás mujeres? ¿Acaso tampoco querrán prestar juramento? El presidente tomó la lista de testigos y leyó: ¡Pustochkina! Usted también, a lo que parece, se ocupa...

Para prueba de lo cual, daré el primer lugar á los Misioneros, que, como testigos de vista y de experiencia, no acaban de hablar de este particular.

Escribió a sus amigos Julio de Rambert y Juan de Evelyn, inglés este último; hizo llevar las cartas inmediatamente y tuvo el gusto de verlos llegar algunos minutos después de haber recibido a Jardye y Hermany. Dejó solos a los cuatro testigos y permaneció a su disposición en la pieza contigua.

Yo había oído contar frecuentemente durante mi niñez al mismo campanero y a su vieja esposa semejante milagro, del que habían sido testigos y del cual se acordaban como ellos, los viejos. Pero ¡ay! ¡no se repiten los prodigios tan fácilmente!

Había llenado los blancos con sus nombres y cualidades, y al pie figuraban las firmas de dos habitantes de la rue de la Pompe: un tabernero y un amigo de la portera. El comisario de policía del distrito garantizaba con rúbrica y sello la responsabilidad de estos honorables testigos.

En fin, el señor L'Ambert, accediendo a los deseos de sus testigos, estaba dispuesto a declarar, en presencia de Ayvaz-Bey, que lamentaba muy de veras el haberle causado daño de una manera completamente involuntaria. Este razonamiento, tan justo de por , acrecentó la autoridad, por todos reconocida, del orador.

Frígilis, sereno, por dignidad, pero temiendo una casualidad, la de que Mesía tuviera valor para disparar y, por casualidad también, herir a Víctor, Frígilis apretó la mano a Quintanar al dejarle en su puesto de honor. Y se separaron testigos y médicos a buena distancia, porque todos temían una bala perdida. Don Álvaro pensó en Dios sin querer.

Ejecutóse en los vencidos el rigor acostumbrado, y recogido á los navios y galeras lo mas lucido y rico de la presa, entregaron á la violencia del fuego los edificios; porque hasta las cosas insensibles y mudas quisieron que fuesen testigos y memoria de su venganza.

Nada más sencillo; no quedan ni pruebas ni testigos, y aunque le hubierais revelado el secreto, bastará decirle que miente descaradamente. El intendente exhaló un profundo suspiro, pero no dijo nada. Después de unos instantes de silencio, la señora de Bruinsteen murmuró: ¡Qué aventura tan sorprendente!

Colóquese entonces a la izquierda... ¡Karasev! ¿El patronímico de usted? Andrey Egorich. ¿Quiere usted prestar juramento? . A la izquierda. ¡Blumental! En esto se empleó mucho tiempo; los testigos eran lo menos veinte.