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¡Ay, qué ilusión tiene usted, Sr. D. Manuel! Verá usted qué escenas tan graciosas habrá en las sesiones... y digo graciosas por no decir terribles y escandalosas. El terror y el escándalo no nos son desconocidos, señora, ni los traerán por primera vez las Cortes a esta tierra de la paz y de la religiosidad.

Por serla grato, se extasiaba ante la menor piedrecilla, mientras que yo, de tiempo en tiempo, le lanzaba miradas terribles; pero ni se dignaba notarlas. Henos ya en la sala de los caballeros. Veamos, Reina, ¿qué dices de ella? Digo, tío, que si los caballeros estuviesen en ella, tendría algún encanto. ¿Que no lo encuentras en ella misma? De ningún modo.

Yo mismo olvidaba todas mis penas y me sentía feliz, contemplando aquel cuadro de sencilla virtud y de verdadera y de modesta dicha, que en vano había buscado en medio de las ciudades opulentas y en una sociedad agitada por terribles pasiones.

Huberto Martholl se había reunido a ellos, indudablemente. El casamiento no podía demorarse más, puesto que el señor Aubry estaba ya bueno y los asuntos arreglados... ¡Ah! ¡los terribles, los dolorosos celos atenazaban el corazón y el cerebro de Juan, cuando evocaba aquella hora tan próxima!

Acaso se haya hecho por mismo como el anís escarchado replicó Núñez asomando la cabeza por la ventanilla para ver si divisaba el coche que conducía a Elena. Hubo algunos minutos de silencio durante los cuales el cerebro de Barragán daba terribles vueltas en el piélago de lo insondable. Al cabo murmuró sordamente: De todos modos es curioso, ¡muy curioso!

Después de una larga peregrinación, al final de la bella estación, pasó por Niza como acostumbraba siempre al dirigirse a París. En Niza había perdido a su hermana, la única compañera de su huérfana juventud, y delante del sepulcro de aquel ser querido, iba siempre a meditar sobre los terribles enigmas de la vida y de la muerte.

»Entonces soñé, y mi ensueño fue tan delicioso, que me desquitó con creces de las terribles vigilias que acababa de pasar... Era una noche del mes de julio, plácida y serena, y a la luz de la luna, Magdalena y yo nos paseábamos en un país extraño, pero que a me era desconocido.

Se arregló la iglesia, y en el adorno tomaron parte no sólo estas damas, sino otras muchas de la población, sus amigas. Fue un acontecimiento de marca en Peñascosa, tanto por la calidad de las personas que habían costeado la carrera del joven presbítero, como por las terribles circunstancias que habían dado lugar a esta protección.

Papeles no tenía ninguno, tenía apuntes clínicos, nada más. ¿Es que el señor Simoun...? Simoun nada tiene que ver en el asunto, ¡gracias á Dios! añadió el médico; ha sido oportunamente herido por mano misteriosa y está en cama. No, aquí andan otras manos, pero no menos terribles. Basilio respiró. Simoun era el único que le podía comprometer. Sin embargo pensó en Cabesang Tales. ¿Hay tulisanes...?

La oquedad de un pulmón estaba infestada de tubérculos, y tenía ya esas brechas terribles que los facultativos denominan cavernas; pero el otro resistía aún, si bien en esto de pulmones acontece lo que con las manzanas: minutos bastan para perder a la sana, si está al lado de una podrida.