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Dice algunas palabras en voz baja a la criada; luego entran en el estudio: las damas, en peplo y traje de mallas, toman el te con unas amigas más vestidas. A la entrada de Terpsy se levantan. TERPSY. ¡Señoras...! ¡Al altar...! Todas suben a un pequeño tablado. Y de súbito, golpeando a un Baco imaginario, las jóvenes se precipitan.

Terpsy, con los crótalos en las manos, rima la danza, cuyos pasos son cada vez más rápidos; todo esto acaba en un furioso torbellino. La señora Bouzine y su hija están estupefactas y piensan: «¡Imposible...! ¡Nos encontramos entre los dingos...!» LEA. ¡Oh! ¡Cuando yo refiera esto a mis compañeras de pensión van a sudar de firme...! ¡Me explico que se pierda grasa con este ejercicio...!

TERPSY. ¡Desde hace cinco años...! ¡Apechugué yo sola con el negocio...! Y te aseguro que, si tengo buenas piernas, tampoco tengo mala cabeza... ¿Sabes cuánto gano ahora por año...? ¡Doscientos mil francos...! Voy a ampliar el negocio y a tomar un hotel... ¡Y te aseguro que haré una propaganda monstruosa! GILBERTO. Y... ¿cómo aprendiste los preceptos de tu arte...?

TERPSY. ¡Yo no tengo nada oculto para los señores de la Facultad...! ¡Ah...! ¡Le recuerdo el precio de la lección...! ¡Es de tres mil francos mensuales, a lección por día...! LA SE

TERPSY. Yo, hija mía, le digo a usted la verdad... Usted no sabe sentarse ni levantarse; usted no sabe acostarse... ¡Usted no sabe andar...! ¡Usted no sabe inclinarse...! Procure usted designar un objeto; este jarrón... Y diga: «¡He aquí un jarrón...!»

GILBERTO. ¡Oh! ¡Me sentía atraído por la curiosidad! ¡Que me lleve el diantre si sospechaba que la célebre Terpsy era Melania Boujotte, a la que yo había dejado de modista en Montmartre...! TERPSY. Pues, querido mío, algo de culpa tienes de que yo me haya convertido en Terpsy... Es una cosa que te debo, además de la pérdida de mis ilusiones. GILBERTO. ¡Imposible...!

TERPSY. ¿Yo...? ¡Yo no aprendí nada...! Entre La Tharillière y yo inventamos todo esto. Compramos cuatro grabados antiguos, y ¡cuánto nos divertimos confeccionando las danzas arcaicas...! ¡Pobre viejo...! GILBERTO. Entonces, ¿me echas...? TERPSY. ¡Quia...! Estoy encantada de tenerte y te guardo conmigo. ¡Te hago un contrato...!

TERPSY. ¿Lo está usted viendo...? ¡Es lo que yo decía...! ¡Hace usted un ademán torpe, un ademán vulgar...! Parece que está usted disparando una pistola con su índice... ¡Eso carece de gracia...! LEA. ¡Yo me sirvo de mi índice como puedo...! LA SE

TERPSY. ¡Espere...! Tenemos el treno para descansar. Las damas forman una procesión detrás de la señorita Punas; avanzan con lento paso, dando muestras del más profundo dolor. LA SE

El curso Terpsy está situado en esa región montañosa que ya no es precisamente París y que tampoco es todavía Montmartre; calle Blanca; un amplio estudio, situado en el séptimo piso; no hay ascensor. La señora Bouzine, que es morena, bastante gruesa, de rasgos acentuados y de aspecto imponente, jadea al subir la escalera.