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Los caballos de la sabana. El traje de viaje. Rosa. Soacha. La hacienda de San Benito. Una noche toledana. La leyenda del Tequendama. El mito chiboha. Humboldt. El brazo de Neuquetheba. El río Funza. Formación del Salto. La hacienda de Cincha. Paisajes. La cascada vista de frente. Impresión serena. En busca de otro aspecto. Cara a cara con el Salto. El torrente. Impresión violenta.

Desde que he puesto el pie en la altiplanicie andina, sueño con la catarata, y cuando, al cansado paso de mi mula, llegué a aquel punto admirable que se llama el Alto de Robe, desde el cual vi desenvolverse a mis ojos atónitos, la inmensa sabana, pareciome oír ya «del Tequendama el retemblar profundo».

El río parece enfurecerse, aumenta su rapidez, brama, bate las riberas, y de pronto la inmensa mole se enrosca sobre misma y se precipita furiosa en el vacío, cayendo a la profundidad de un llano que se extiende a lo lejos, a 200 metros del cauce primitivo. Tal es la formación de Salto de Tequendama.

La mañana estaba bellísima, y el aire fresco y puro de los campos exalta la energía de los animales que nos llevan a escape por la sabana. Pronto llegamos a la hacienda de Tequendama, situada al pie del cerro, en una posición sumamente pintoresca.

El Niágara es mil veces más grande, más imponente; para , la palma de la belleza queda al Tequendama. ¿Qué sería el Niágara cuando por primera vez lo contemplaron los ojos atónitos de los conquistadores?

Tenía indudablemente vivos deseos de contemplar la inmensa catarata, pero una mezcla de cansancio físico y de lasitud moral, me quitaban el entusiasmo que en otros tiempos me hacía andar centenares de de leguas por gozar de un nuevo aspecto de la naturaleza. Además, el raudal del Tequendama vivía en mi memoria, y mi alma le era fiel.

Los visitantes comunes del Salto hacen noche en Soacha, para madrugar al día siguiente y llegar a la catarata antes que las nieblas la hagan invisible. Pero nosotros íbamos con el señor de la comarca, pues la región del Tequendama, pertenece a la familia Umaña, por concesión del rey de España, otorgada hace doscientos y tantos años.

Y como el abismo en que se arroja el río Bogotá, comunica con las llanuras de la tierra caliente, alguna palmera se adelanta hasta la cascada misma; circunstancia que permite decir a los habitantes de Santa Fe que la cascada de Tequendama es tan alta, que el agua salta de la tierra fría a la caliente.

Era, otrosí, derrengada, La derribaba un resuello... Puede decirse que aquello No era perra ni era nada. D. Ricardo Cascarilla tiene también composiciones felicísimas de ese género; sobre todo, a mi juicio, un curiosísimo diálogo con el Salto de Tequendama, a quien presenta un literato español, de paso por Colombia.

Bochica, después, movido a piedad de la situación de los hombres dispersos por las montañas, rompió con mano potente las rocas que cerraban el valle por el lado de Canoas y Tequendama, haciendo que por esta abertura corrieran las aguas del lago de Funza, reuniendo nuevamente a los pueblos en el valle de Bogotá.