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Deseando enamoraros, Moza de cántaro soy, Por agua á la fuente voy. Tenéos... DO

Teneos, Romanos, sosegad el brio, Y no os canseis en asaltar el muro, Que aunque fuera mayor el poderio Vuestro, de no vencerme os aseguro. Pero muestrese ya el intento mio, Y si ha sido el amor perfecto y puro Que yo tuve á mi patria tan querida, Asegurelo luego esta caida. Aqui se arroja de la torre, y dice CIPION.

Pero no necesitó adelantarse el escudero, porque los dos hombres siguieron andando y pronto llegaron á pocos pasos del barón. El que llevaba el crucifijo se dejó caer entonces sobre la hierba y el otro enarboló enseguida la pesada maza, con tal expresión de furor y odio que en verdad parecía llegada la última hora del caído. ¡Teneos! gritó el barón. ¿Quién sois y qué os ha hecho ese infeliz?

Ya veis, hijo mío agregó, que vuestro abuelo se ha marchado a tiempo. Bien se dice que en una buena olla puede hacerse un mal cocido. Cuidad vos agora, hijo mío, las palabras, y teneos muy quedo, por un espacio. ¿Y quién ha dado los nombres? preguntó Ramiro. Alguno será replicó el lectoral que no quiso ver a España destrozada otra vez por la revuelta, como en tiempos del Emperador.

Al acercársele los robustos legos para obedecer las órdenes del abad, desapareció toda la placidez del novicio, que asió con ambas manos el pesado reclinatorio de roble y levantándolo en alto como una maza, gritó con voz potente: ¡Teneos! ¡Juro por San Jorge que al primero de vosotros que ose tocarme le rompo la cabeza en mil pedazos!

No ha de decirse, exclamó Cervantes, que habiéndoos yo en un tan duro trance hallado, sola y huérfana quedáis en el mundo; en tenéis un hermano, señora, y muy recia cosa será, que siendo yo quien soy, y con el aliento que Dios ha querido darme, no encuentre modo, si no de consolaros, de ampararos al menos; y asíos bien a mi brazo y teneos firme, que a, vuestra casa vamos.

Un instante después se oyó el ruido seco que hacía la espada de Roger al romperse, quedándole tan sólo en la mano un pedazo de hoja de no más de tres palmos de largo. Vuestra vida está en mis manos, exclamó Tránter con triunfante sonrisa. ¡Teneos! ¡se rinde! exclamaron á una varios escuderos. ¡Otra espada! gritó Gualtero. Imposible, dijo Rodolfo; sería contra todas las reglas del duelo.

Al topar con el sacerdote levantó la mano derecha hacia atrás y la lumbre del candil hizo centellear, en el aire, su larga espada desnuda. El Señor de San Vicente meneó de un lado a otro la cabeza, con sonrisa agria, dolorosa. Entonces el segundón acercose al lacayo y pinchole el rostro con el acero. ¡Teneos, en nombre de Cristo! gritó reciamente el canónigo, asiéndole el brazo.

D. TELL. ¡Teneos, apartaos, villanos! SANCHO. Déjame tocar sus manos, Mira que soy su marido. D. TELL. ¡Celio, Julio! ¡Hola! Criados, Estos villanos matad. FELIC. Hermano, con más piedad, Mira que no son culpados. D. TELL. Cuando estuvieran casados, Fuera mucho atrevimiento. ¡Matadlos! SANCHO. Yo soy contento De morir y no vivir, Aunque es tan fuerte el morir. ELVIRA. Ni vida ni muerte siento.

Teneos un poco, luna y claras élices, Que ya llego a Jarifa, que ya el prólogo Le digo de mi historia y los capítulos Con dulces besos y con tiernos títulos. ¡Que fuera Adonis bello o de Liríope El hijo que murió en el agua, viéndola, O la lengua de Apolo y de Calíope Tuviera para hablalla, respondiéndola!