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Adiós me dijo tendiéndome una mano es la hora de comer y mis niñas me esperan. Vuelva usted. Salí enamorado y desesperado. Enamorado porque Amparo hablaba a mi corazón, a mi voluptuosidad, a mi razón; desesperado porque nada había visto en Amparo más que una ardiente expresión de agradecimiento. Amparo parecía enamorada de un imposible.

¡Bien! ¡Bien! A las nueve.... ¡A las nueve en punto!... Me gusta mucho la exactitud. Iba yo a seguir la conversación; pero el abogado me interrumpió bruscamente y tendiéndome la mano me dijo: ¡Adiós! ¡Que usted se divierta! No bien me separé de Castro Pérez, cuando a mi espalda un ruido de carruaje ligero.

Y yo soy Federico de Tarlein; ambos al servicio del rey de Ruritania. Me incliné y dije descubriéndome: Mi nombre es Rodolfo Raséndil y soy un viajero inglés. También he sido por dos años oficial del ejército de Su Majestad la Reina. Pues en tal caso somos hermanos de armas repuso Tarlein tendiéndome la mano, que estreché gustoso. ¡Raséndil, Raséndil! murmuró el coronel Sarto.

Mis amigos se hallaban a cincuenta pasos de distancia. Heznar ordenó a un lacayo que le trajese su caballo y despidió al criado dándole una moneda de oro. Yo permanecía inmóvil, sin sospechar cosa alguna. Fingió que iba a montar, pero volviéndose de repente hacia , con la mano izquierda en el cinto y tendiéndome la diestra, dijo: Aquí está mi mano.

Aun le veo, tendiéndome la mano y diciéndome: «¡Toma!... esto es para Grano de Sal... Adiós... viejo... no te olvides». ¡Voto a tal! dijo el viejo emocionado , esto me da más pena ahora, cada vez que me acuerdo, que en el momento en que ocurrió. ¡Pobre Zeli! Y la cabeza del señor Durand cayó entre sus manos callosas y arrugadas.

Poco a poco, de un modo insidioso y solapado, tendiéndome sus redes en silencio y asegurando sus pasos con cautela, fue penetrando en mi corazón el temor del reumatismo. En el espacio que media entre la calle del Arenal y la del Carmen, casi se enseñoreó de él por completo.

Antes de que lograse darme cuenta exacta de mi situación, se abrió la puerta y apareció un criado, el mismo a quien había interrogado al entrar, diciendo: El señor duque de C... Y un hombre de unos sesenta años y de aspecto distinguido, avanzó a mi encuentro, tendiéndome la mano y excusándose por haberme hecho esperar tanto. Cuando llegó usted me encontraba ausente del castillo me dijo.

Ahora dime la buenaventura exclamó el ladrón, tendiéndome la mano. Me puse á cavilar. Si muero para esa fecha, quedarás libre. ¡Muchas gracias! Y me arrepentí de haber echado tan corto el plazo. Quedamos en lo dicho: fuí conducido á la cueva, donde me encerraron, y Parrón montó en su yegua y tomó el tole por aquellos breñales... ¡Todo lo contrario, mi General!

» Doy, y no es poco, la de mi buena educación. ¿Le satisface a usted? » Como la mejor escritura púuublica me respondió tendiéndome la manaza, que no rechacé porque fingí tomar el suceso como señal de despedida, y aproveché tan buena coyuntura para levantarme y dar por terminada la conferencia.

Exactamente: primo en tercer grado. Pues he aquí a su sobrina dijo el cura presentándome. A pesar de mi inexperiencia noté muy bien que la mirada del señor de Couprat expresaba alguna admiración. Me felicito de conocer tan encantadora prima díjome con aplomo y tendiéndome la mano. Esta lisonja provocó en mi un pequeño escalofrío agradable y puse mi mano entre la suya sin la menor turbación.