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Comenzaba por dudar de la virtud del sacerdote y llegaba a dudar de la iglesia, de muchos dogmas.... Pero entonces corría a la iglesia. Saltando charcos, desafiando chaparrones iba de parroquia en parroquia, de novena en novena, y pasaba también mucho tiempo en la nave fría de algún templo a la hora en que los fieles solían dejarlos desiertos. Se sentaba en un banco y meditaba.

Vinculete solía sostener los fueros de su dignidad, y entonces gritaba el del Ayuntamiento: ¡Conmigo nadie se insolenta! Y daba un puñetazo en la mesa. Vinculete callaba y seguía recibiendo codillos. Estas disputas, nada frecuentes, interrumpían el silencio pocos instantes; la calma renacía pronto y volvía aquello a ser un templo jamás profanado por ríos de sangre.

Desapareció el mercado de fruta en los años de la invasión francesa, y entonces se construyó el paseo, habiéndose, hacia 1816, edificado la capilla que existe en las gradas del templo del Salvador, y á la cual trasladóse la imagen de la Virgen del Carmen, que estuvo hasta entonces en un retablo de la calle de las Sierpes, según escriben veraces autores.

51 ¿Nuestra ley juzga por ventura a hombre, si primero no oyere de él, y entendiere lo que ha hecho? 52 Respondieron y le dijeron: ¿No eres también galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se levantó profeta. 53 Y se fue cada uno a su casa. 1 Y Jesús se fue al monte de las Olivas. 2 Y por la mañana volvió al Templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba.

Tal vez, en sus sueños nocturnos, se vea de rodillas en las gradas de piedra del templo, sintiéndose indigna de entrar en él y llorando desconsolada. ¡Y pretende que no es cristiana! ¿Quién, entonces, merece el nombre de cristiano si ella no lo es?

Después de este examen iba en busca de su camarada, y ambos se sentaban en el crucero, en las gradas del coro o del altar mayor. Desde allí se abarcaba todo el templo de un golpe de vista. Los dos vigilantes comenzaban por encasquetarse las gorras.

Los uniformes de gala de los servidores del templo eran todos del siglo XVIII, la última época de su prosperidad.

Quintín decía cada verdad que temblaba la tierra, cada verdad tamaña como un templo, y ni sus amigos ni las personas a quienes tenía en subida estimación escapaban de sus filosas tijeras.

Consignemos pues el hecho, y no caigamos en la extravagancia de afirmar que en el umbral del templo de la filosofía está sentada la locura. Al examinar su objeto, debe la filosofía analizarle, mas no destruirle; que si esto hace se destruye á propia. Todo raciocinio ha de tener un punto de apoyo, y este punto no puede ser sino un hecho.

Se detuvo un momento, jadeante por su discurso, echando el aliento a la cara de Luna. El clérigo estaba tan impregnado del ambiente de la catedral, que en su cuerpo parecían resumirse todos los olores del templo: su sotana tenía el perfume mohoso de la piedra vieja y las rejas herrumbrosas; por su boca parecían respirar los canalones y las gárgolas la rancia humedad de los desvanes.