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El hombre que se mueve en estas escenas, se siente asaltado de temores e incertidumbres fantásticas, de sueños que le preocupan despierto.

Felipe IV, aún más abatido poco después por la muerte del príncipe heredero Don Baltasar, se encontraba predispuesto, por este motivo, á participar de tales temores, y, en su consecuencia, se ordenó al Consejo de Castilla que trazara las restricciones, á que habían de sujetarse los teatros.

¡Cuántos temores, cuántas súplicas, cuántas idas y venidas, cuántos disgustos le costó el conseguir hablar solamente con uno de aquellos representantes del poder revolucionario!

Sin embargo, sus temores, que entónces ni siquiera sospecharon los inquilinos, eran injustos y probaban que la maestra de niñas sabía más de lo estrictamente necesario para dar buena educacion á unas cuantas señoritas.

Sin embargo se logró desvanecer el proyecto de los sediciosos, y escarmentar á los Tobas, de que se siguió la entrega de las cabezas principales del motin, que sufrieron el último suplicio en la plaza pública de aquella ciudad, de cuyas resultas se consiguió algun sosiego, y que calmaron en parte los justos temores que ocasionaba un acontecimiento de esta naturaleza, temiendo con razon, que si tomaba cuerpo y trascendencia el alzamiento á toda la provincia, hubiera sido muy dificultoso y arriesgado el sugetarla, que por su estension pasaba de 300 leguas, sin mas poblaciones considerables que Córdoba, Santiago del Estero, San Miguel del Tucuman, Salta y Jujuy: pues aunque lo restante está muy poblado, son pequeñas aldeas y estancias, habitadas por hombres tan parecidos á las fieras y tan gigantes, que pueden considerarse los verdaderos Centauros que nos fingen los poetas.

Y no se abriguen recelos en este asunto, ni se busquen restricciones en temores que si en algún tiempo pudieron ser legítimos por más que los desmintieran las derrotas de las potentes armadas de Limahon, y las fuerzas de Sioco; hoy aquellos temores serían puramente imaginarios y el que los tuviera demostraría desconocer en absoluto el espíritu y aspiraciones de la raza china en sus permanencias en otros territorios que no sean los suyos.

Cortando la escena de temores y aspavientos, Juanillo ordenó terminantemente: ¡Esta noche quiero que me sirvan, muy bien asados, los cuatro cisnes y el ganso! ¿Comprenden? ¡No admitiré disculpas! Y se retiró majestuosamente, ante un público boquiabierto y aterrorizado...

Sin saber de qué modo, también desaparecieron todos mis temores; me figuraba que aquella niña tenía algún parentesco conmigo, y no hallaba extraordinaria y peligrosa nuestra situación como al principio. Su inocencia era un velo espeso, que nos impedía ver el riesgo que corríamos. En poco tiempo me contó una infinidad de cosas.

El medio más sencillo de desvanecer aquellos temores y dejar en la impotencia a los parientes de su esposa, era que ésta hiciese testamento a su favor. El duque lo encontró naturalísimo. En la conferencia que iba a tener con ella, se lo propondría del modo más diplomático que le fuera posible, a fin de no alarmarla respecto a su enfermedad.

Es el solo y único secreto que tendré para usted, y que no conocerá, tal vez, sino demasiado tarde... ¿Qué importa esto, si los temores de usted se han disipado?... y espero que así habrá sucedido. »Tomó la pluma y escribió: *