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En un extremo de la plazoleta se levanta la iglesia, pequeña, humilde, con su atrio, su campanario y su tejadillo de pizarra. Rodeándola, sobre una tapia baja, se extiende el cementerio. En Zaro hay siempre un silencio absoluto, casi únicamente interrumpido por la voz cascada del reloj de la iglesia, que da las horas de una manera melancólica, con un tañido de lloro.

Como el yacht continuaba navegando en popa y no había que tocar la maniobra, Cornias iba a proa sentado al borde del tejadillo del tambucho, con los brazos cruzados sobre el pecho, la cabeza algo caída, pálido el color, y los ojos completamente en blanco; porque todo su mirar era entonces hacia adentro, donde le hervían las imágenes terribles de los recientes sucesos en que le había alcanzado tan importante papel.

Los peñascos azulados o rojos asomando sus cabezas a los lados del camino; pinos y cipreses saliendo de sus hendiduras, extendiendo sobre la yerma tierra sus raíces tortuosas y negras como enormes serpientes; a trechos, blancas pilastras con tejadillo, y en el centro, ocupando un hueco, azulejos con los sufrimientos de Jesús en la calle de Amargura.

Ya no gustaban de la sociedad de los «latinos» acampados en la proa. Encontrábanse desorientados entre los españoles, italianos y árabes, demasiado gritadores e ininteligibles para ellos. Preferían los hércules silenciosos, las mujeres pelirrojas, con faldas cortas de bailarina, botines altos y un pañuelo escarlata en forma de tejadillo sobre los ojos pobres de cejas.

Por visto, señores, por visto dijo resueltamente Bermúdez . ¡Canástoles! para prueba sobra con esto, que no es poco, sin necesidad de que tentemos a Dios. Nieves y Leto, y hasta Cornias que atendía a la escena medio sentado arriba sobre el tejadillo del tambucho, se echaron a reír.

Más bien parece la casuca de un aldeano, conociéndose únicamente su sagrado destino en la cruz que corona el tejadillo del pórtico. La impresión es de melancolía y humedad, el atrio herboso está a todas horas, aun a las meridianas, muy salpicado y como empapado de rocío.

En el portal, desde donde se veían las puertas abiertas de los establos, un horno con su tejadillo protector, un pozo con el correspondiente lavadero, grandes pilas de leña y un carro de bueyes bajo un cobertizo, olía a heno, se oían los golpes y los cencerrillos y esquilas del ganado preso en las pesebreras, y brujuleaba de soslayo y como a la descuidada, un copioso averío alrededor de un «garrote», en cuyo fondo roía mi caballo, desembridado y amarrado al poste con una soga por el pescuezo, los últimos granos del pienso de maíz con que le había agasajado el sobrino mayor de Neluco, mientras su madre me agasajaba a en la sala de arriba con huevos y con jamón.

Dio un brinco y se plantó sobre la baranda del corredor; ascendió luego fácilmente por el grueso sarmiento de la parra que se enlazaba retorciéndose a las columnas de madera que sostenían el tejadillo, encaramose sobre éste y echando una mirada recelosa en torno y otra de ávido anhelo a la ventana del palomar, sacó la lengua y se relamió repetidas veces con repugnante ausencia de sentido moral.

Desde las ventanas de su cuarto abarcaba con la vista ancho espacio, extensos plantíos de nabos, frondosos maizales, hondonadas de donde subía rumor de agua corriente, casas pequeñas y dispersas, medio ocultas entre la frondosidad de enormes castaños acopados, y allá, en lo alto de algún cerro, una ermita con la cruz del tejadillo tronchada por el viento.

Lo más notable de todo ello fue para la torre, de la que daban dos fachadas al corral, en una de las cuales, y no en su centro, estaba la puerta de ingreso a ella, baja y angosta y reforzada con enormes clavos y grandes barrotes de hierro mohoso. Tenía cuatro pisos y terminaba en un gracioso parapeto con gárgolas de piedra para desagüe del tejadillo apuntado.