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¡Ea, ea, al monte! gritó en aquel momento Obdulia desde la huerta ¡al monte, al monte! a despedirse de los árboles.... Visitación azotó con fuerza las teclas violentando el compás de su polka... y en seguida cerró el piano con ímpetu: ¡Al monte! ¡al monte! gritaron de arriba y de abajo.

Cuando entró en casa de la de Barrientos, no se atrevió pasar del vestíbulo, porque oyó mucho holgorio en la sala: voces y carcajadas y bailables tocados al piano, que se interrumpían para cantar nombres, aclamados y festejados con risas y redobles de teclas.

Y como si imaginase que con un arma de fuego le estaban apuntando al pecho y con otra á la espalda, dejó velozmente el balcón, dió algunas vueltas por la sala, fué, por último, á sentarse delante del piano y empezó á correr los dedos por las teclas distraídamente.

Con esto se encendía más y más en el corazón del amigo Migajas la llama que le devoraba, y su atrevida mente concebía dramáticos planes de seducción, rapto y aun de matrimonio. Una noche, el amartelado galán acudió puntual á la cita. La señora estaba sentada al piano, las manos suspendidas sobre las teclas, y el divino rostro vuelto hacia la calle.

No qué nuevos sonidos arranca mi alegría a las teclas. «Con esta marcha me casé yo; con esta misma te casarás ». , , ¡ay de ! dice tristemente mi dulce hermanita: antes de llegar a esa marcha, ¡buena lucha nos espera con mamá, con mis cuñadas, con las tías de Carlitos, con la abuela del rey de los cipreses! ¡y que no es orgullosa la señora! ; con los pagarés, con las hipotecas, con...

Ya tenemos al hombre en presencia del globo que acaba de descubrir; veisle cual músico novicio ante un órgano de grandes dimensiones, del que apenas hace brotar algunas notas. Salido de la Edad Media, reino de la teología y la filosofía, encuéntrase poco menos que salvaje; del sagrado instrumento sólo ha sabido romper las teclas.

Rafael no olvidaba la noche de amistad; la mano entregada a sus labios en aquel mismo salón. Una vez intentó repetir la escena, e inclinándose sobre las teclas, quiso besar la diestra de Leonora. La artista se estremeció, como si despertase.

Bonis nada podía oponer, porque las lecciones se daban con su beneplácito, y además podía observar que su mujer pasaba algunas horas cada día estudiando solfeo y machacando teclas. Lo que iba viento en popa era lo de la fábrica de Productos Químicos y la reconstitución de la Compañía de ópera con la base del terceto; a saber: la Gorgheggi, Mochi y Minghetti.

La señora, fatigada, sin duda, del silencio en el que se perdían sus palabras, fue a sentarse ante un piano de cola, y las teclas, heridas con viril empuje, lanzaron el ritmo alegre de unas malagueñas. ¡Olé!... Eso está güeno; pero mu güeno dijo el torero repeliendo su torpeza.

Alicia sonrió ante este homenaje público. El pobre pianista, hiciese lo que hiciese, no comprometía. Gracias, Spadoni; cuente con mi gratitud. Vaya pensando lo que desea: una casa, un yate, tal vez un piano con teclas de brillantes... Miguel la escuchó asombrado. Hablaba de buena fe: parecía enloquecida por su fortuna. Pero el músico se alejó de ellos. Necesitaba estar solo.