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Rodaba por otro lado el vehículo público, tartana calesa ó galera, el carromato tirado por una reata de bestias escuálidas; y entre todo esto el esportillero con su carga, el mozo con sus cuerdas, el aguador con su cuba, el prendero con su saco y una pila de seis ó siete sombreros en la cabeza, el ciego con su guitarra y el chispero con su sartén.

El roder y su acólito tomaron asiento en la tartana de su pueblo, entre tres vecinas que saludaron con afecto al siñor Quico y unos cuantos chicuelos que pasaban las manos por el cargado retaco como si fuese una santa imagen. La tartana avanzaba dando tumbos por entre los huertos de naranjos, cargados de flor de azahar.

Una vez allí, el silbato del condenado resonó de nuevo, pero en dos veces distintas, con modificaciones singulares. Bien pronto se oyó el ruido de unos remos que batían el agua acompasadamente, y se vio salir de detrás de un grupo de rocas una tartana semejante en un todo a la del gitano. En ella iba el joven de cara femenina e imberbe que tanto había asombrado al barbero Flores.

La estación del ferro-carril está a dos leguas muy largas de Villafría, y D. Acisclo dispuso que saliesen todos los parientes y amigos a recibir al Padre con mucha pompa. En efecto, no quedó vehículo de que no se dispusiese. Se emplearon tres calesas, una tartana, propiedad de D. Acisclo, y dos carros.

El anteojo cayó de las manos del fraile; se golpeó la frente, tuvo un momento de recogimiento, se secó el rostro inundado de sudor, hizo un esfuerzo sobre mismo como para tomar una resolución atrevida, y dirigiéndose al comandante de la tartana, que parecía aún absorto en su amoroso ensueño, exclamó: ¡Réprobo... renegado... condenado... apóstata, excomulgado... hijo de Satanás... brazo derecho de Belcebú!...

Vamos, artilleros, a vuestras piezas; ¡y vosotros, rumbo hacia la tartana, que Satanás confunda!

Un mes justo después de la ejecución del gitano, una peste espantosa devastaba Cádiz; porque Blasillo había hecho naufragar su tartana al pie del fuerte de Santa Catalina... Su tartana, llena de mercancías, comprada por él en Tánger, había sido saqueada por el pueblo.

Cuando entró en el patio del Hospital, el tartanero saltó de su asiento, y acariciando su caballo esperó inútilmente que bajasen aquel par de borrachos. Fue a abrir, y vio que por el estribo de hierro se deslizaban hilos de sangre. ¡Socorro! ¡Socorro! gritó abriendo de un golpe. Entró la luz en el interior de la tartana. Sangre por todas partes.

Rehechos todos de esta violenta emoción, el primer grito fue el de preguntar dónde estaba el maldito, y correr a la orilla. Una tartana, con las velas rojas, empavesada como en un día de fiesta, se balanceaba a lo lejos... Era él, no podía dudarse . ¡Al puerto! ¡al puerto! y se precipitaron hacia el embarcadero para volar en su persecución. ¡Pero allá, gran Dios, qué espectáculo!

En el puerto trabaja como si fuese de hierro; en el taller es listo; dirigiendo la tartana brincadora, la carreta pesada ó el arado, se hace entender por el animal de tiro con fuertes gritos y terribles ejercicios de látigo y púa, y en el baile, la plaza de toros, los amores, las pendencias de arrabal y las guerras civiles, todos sus actos tienen el sello de la resolucin y la violencia de sentimientos.