United States or Panama ? Vote for the TOP Country of the Week !


¡Por el Cielo! ¡es el casco de la otra tartana el que hunden esos perros! exclamó Blasillo en voz baja, mostrando al gitano los restos del pobre buque, que, iluminado a cada andanada, comenzaba efectivamente a hundirse . ¡Fuego sobre ellos, comandante, fuego! Silencio, niño respondió el condenado. Y se llevó a la cámara a Blasillo, haciendo descender también a Bentek.

EL FRAILE. ¡Jesús! hijos míos, yo lamento tanto como vosotros el que esa tartana sea mandada por un renegado; pero ese renegado es el único hombre, es decir, el único descreído, que conoce bien esta costa. ¡Ay! ¡no presentarse un cristiano!

Porque la maldita tartana cumplió tan bien sus instrucciones, que poco a poco el vapor fue velando a las tres embarcaciones que se hundieron en la bruma y desaparecieron cuando el sol no arrojaba ya más que una claridad sombría y rojiza, y las estrellas comenzaban a brillar.

Las dos escampavías que habían salido a la caza de la figurada tartana del gitano, bailaban sobre aquella sima abierta.

Largo tiempo se vio a la tartana maniobrar con una agilidad sorprendente para escapar a las dos escampavías.

Santiago, un poco más tranquilo, se atrevió a levantar la cabeza, pero la bajó prontamente al oír un crujido de la tartana, y luego la volvió a levantar, sin ver esmeriles ni escotillas. Como nada da tanta tranquilidad como un peligro pasado o evitado, Santiago se enderezó presa de un ardor marcial, y trepó a bordo de la tartana seguido de sus diez hombres, a quien su ejemplo electrizaba.

¡Cuánto tiempo perdido! dijo el filósofo, y avanzó por el agua hasta poder ser oído de los de la tartana : ¡Señor condenado, señor maldito! gritó con aire burlón , ¿ha olvidado usted que estas santas gentes no se acercarán si el reverendo, con su presencia, no tranquiliza las conciencias tímidas de estos corderos? Y volvió a unirse a sus compañeros que le maldecían.

Pero la tartana, como una coqueta, inconstante y caprichosa, reanudaba su rumbo primitivo, y a la velocidad de todo su velamen, iba a sumergirse en las oleadas de luz que abrazaban la atmósfera, desesperando así a los honrados guardacostas que se apuntaban un nuevo fracaso.

Vio el mocetón cómo se le llevaban a empujones a un naranjal inmediato, y salió corriendo camino abajo por entre aquellas parejas, que cerraban la retirada a la tartana. No corrió mucho. Montado en su jaco encontró a uno de los alcaldes que habían estado en la fiesta... ¡Don José! ¿Dónde estaba don José?

Apenas se había oído un segundo toque de silbato, cuando la tartana había aparejado y desplegado su antena, su bauprés y su trinquete y el condenado manejaba la barra del timonel.