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El tiempo pasa... repuso el sacerdote. ¡Ay! dijo el gitano. Y dirigiéndose a Blasillo, porque era él quien, sombrío y abatido, le miraba fijamente: ¡Qué tal! Blasillo, hijo mío, adiós. Nuestros proyectos... ¡Mi comandante! ¡mi pobre comandante! Y lloraba. Mira, si siento dejar la vida, es por ti; te amaba. Yo no le sobreviviré. Niño, ¿no tienes aún mi tartana y mis negros?

¡Por la silla de Santiago, compadre! el pescador Pablo, que ha llegado de Conil, me ha repetido de nuevo que la tartana de rojas velas está fondeada a medio tiro de cañón de la costa, y que todos los carabineros están alerta... Han abusado de su credulidad, señor don José. Le han engañado, señor rapabarbas respondió José saliendo con aire burlón.

Uno en el suelo, con la cabeza junto a la portezuela. El otro caído en la banqueta, con el cuchillo en la mano y la cara blanca como de papel mascado. Acudieron las gentes del Hospital, y manchándose hasta los codos, vaciaron aquella tartana, que parecía un carro del Matadero cargado de carne muerta, rota, agujereada por todas partes. El milagro de San Antonio

Serían borrachos, que, después de pasar la noche en claro, en un arranque de embriaguez llorona no querían meterse en la cama sin visitar algún amigote enfermo. ¡Cómo le estarían poniendo los asientos! La tartana pasaba lenta y perezosa por entre el movimiento matinal.

Como aquí, el sol es caliente, el cielo azul, los árboles verdes; como aquí, las mujeres son morenas, cantan acompañándose de una guitarra y se arrodillan delante de la Virgen; sin contar con que más de una ensenada de la costa de Sicilia ofrecería un bueno y seguro refugio a la tartana. Vamos, ¡rumbo hacia Italia, comandante!

Llegados a la playa, a dos tiros de fusil de la tartana, el jefe de aquellos hombres detuvo su caballo y dijo a sus compañeros: ¡Por la silla de mi patrón! aquí se quitó el sombrero ; hijos míos, a la claridad de la luna que se levanta, yo no veo sobre el puente del navío más que al maldito con su gorra y su pluma blanca. ¿Dónde está, pues, el hermano?

No puedo ir con niebla por entre esos rompientes. Pero al menos estaríamos en seguridad, en el caso en que los aduaneros bajasen para sorprendernos; y, ¡por Cristo! no podrían aproximarse a la tartana entre esos peñascos y esas olas. Haz poner el puente. El gitano, sonriendo, hizo un gesto negativo que aterró al fraile.

Esta proposición apagó el ardor de Blasillo, que llenó prestamente su copa sonriendo: Viremos, pues, en redondo, comandante. , Blasillo, tal es la suerte que me espera en Egipto, si el bauprés de mi tartana se dirigiese hacia ese suelo encantado. ¿Y por qué, comandante?

Muchos días habían transcurrido ya desde la muerte del gitano, y la tartana, siempre oculta en su impenetrable retiro, había podido escapar tanto más fácilmente, por cuanto todo Cádiz la creía hundida; de modo que a Blasillo le fue muy fácil franquear la distancia entre Cádiz y Tánger.

Ve a cumplir tu obligación, porque el tiempo pasa y la noche avanza. ¡Perro maldito! ¡mi obligación!... ¡mi obligación!... murmuró el fraile ganando la orilla por medio de un puente lanzado desde la tartana, y por el cual también el gitano había bajado, montado sobre su caballito que habían izado desde la cala, lo mismo que al reverendo.