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A lo que replicó don Quijote: -Sin duda alguna pienso que vuestra merced debe de ser aquel don Álvaro Tarfe que anda impreso en la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor moderno.

El combate entre Garcilaso y Tarfe, en que éste sucumbe, termina la comedia.

Penetra de noche hasta el centro de la ciudad enemiga, y después de realizar su propósito, regresa ileso á Santa Fe. Al día siguiente observan los moros admirados el palladium de los cristianos en la puerta de la mezquita, y Tarfe jura vengar esta afrenta infiriendo otra mayor á sus enemigos.

Llegó en esto al mesón un caminante a caballo, con tres o cuatro criados, uno de los cuales dijo al que el señor dellos parecía: -Aquí puede vuestra merced, señor don Álvaro Tarfe, pasar hoy la siesta: la posada parece limpia y fresca.

El moro Tarfe promete á su amada Alisa depositar á sus pies las cabezas de los tres campeones cristianos más famosos, á saber, de Gonzalo de Córdoba, del conde de Cabra y de D. Martín de Bohorques. Ella no atribuye gran precio á este don, y sólo desea alejar á su amante, porque ama á Celimo, que no le corresponde por la amistad que lo une á Tarfe.

Al comenzar el último acto cuenta Garcilaso al Rey, llegado al campamento hace poco, las temerarias hazañas ejecutadas los días anteriores; aparecen también varios caballeros, que depositan á los pies de sus soberanos los trofeos de sus victorias. Anuncia á la sazón un servidor, que Tarfe se encamina hacia el campamento trayendo el Ave María en la cola de su caballo.

Y, aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, sólo por haberla visto. Finalmente, señor don Álvaro Tarfe, yo soy don Quijote de la Mancha, el mismo que dice la fama, y no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos.

Muchas de cortesías y ofrecimientos pasaron entre don Álvaro y don Quijote, en las cuales mostró el gran manchego su discreción, de modo que desengañó a don Álvaro Tarfe del error en que estaba; el cual se dio a entender que debía de estar encantado, pues tocaba con la mano dos tan contrarios don Quijotes.

Oyendo esto don Quijote, le dijo a Sancho: -Mira, Sancho: cuando yo hojeé aquel libro de la segunda parte de mi historia, me parece que de pasada topé allí este nombre de don Álvaro Tarfe. -Bien podrá ser -respondió Sancho-. Dejémosle apear, que después se lo preguntaremos.

Entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió don Quijote, por una petición, de que a su derecho convenía de que don Álvaro Tarfe, aquel caballero que allí estaba presente, declarase ante su merced como no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquél que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas.