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Tenía quince años cuando se celebró un consejo de familia para resolver si se le mandaba al Seminario de Tudela ó á la Universidad de Alcalá; pero al fin fueron tantas y de tanto peso las razonas de don Pablo Bragas en favor de la Complutense, que se adoptó su dictamen.

Cuando entró Romagné en el período de franca convalecencia, su huésped y salvador, que tantas veces le había trozado el pan y partido los biftecs, le dijo: A partir de este momento, comeremos siempre juntos. Sin embargo, si prefieres comer en la cocina, también serás allí perfectamente alimentado, y es posible, tal vez, que te encuentres más a gusto.

No dudé que, en cumplimiento de su irrevocable resolución, iba dando a todos la noticia que acababa de adivinar más bien que oír. Preservar la corona para el verdadero Rey y derrotar a Miguel el Negro; ese era todo su afán. Flavia, yo y aun el mismo Rey, no éramos más que otras tantas cartas puestas en juego y nos estaba prohibido tener pasiones.

Y luego añadió, dirigiéndose a sus colegas: Pero ¡qué magnífico animal este Juanillo! Otro, a estas horas, no nos daría ningún trabajo. Le reconoció con gran atención. Una cogida de cuidado; pero ¡había visto tantas!... En los casos de enfermedades que llamaba «corrientes», vacilaba indeciso, no atreviéndose a sostener una opinión.

Pocas veces se habrá visto desolacion tan terrible, ni fuego que con mas rapidez se comunicase á tantas distancias, siendo digno de notar, que en 300 leguas que se cuentan de longitud, desde el Cuzco hasta las fronteras del Tucuman, en que se contienen 24 provincias, en todas prendió casi á un mismo tiempo el fuego de la rebelion, bien que con alguna diferencia en el exceso de las crueldades.

Elena, como un niño en asueto, marchaba tan alegre, tan aturdida con la algazara, con sus propios gritos y graciosas salidas, que no se daba cuenta apenas del galanteo de que era objeto. Considerábalo como una de tantas bromas a propósito para aumentar el regocijo de aquel viaje.

No repuse con firmeza. ¿No?... me preguntó con una inflexión de voz llena de ternura y de resentimiento, ¿no? ¡Ah! agregó quiera Dios que su reserva lo haga feliz. Reaccioné, e iba en aquel mismo momento a revelarle todo lo que sentía por ella, cuando entraron Martín y sus padres, y el desenlace, que se había presentado tantas veces en aquel día, quedó de nuevo trunco.

173 Después me contó un vecino que el campo se lo pidieron; la hacienda se la vendieron pa pagar arrendamientos, y qué yo cuantos cuentos; pero todo lo fundieron, 174 los pobrecitos muchachos, entre tantas afliciones, se conchabaron de piones; ¡mas qué iban a trabajar, si eran como los pichones sin acabar de emplumar!

Las mujeres llenaban todo el centro de la nave: había tantas que estaban apiñadas, molestas, dejando oír continuamente el chocar de las sillas, el crujido de las sedas y el aleteo de los abanicos. No iban vestidas de trapillo, como salen a las primeras misas, sino lujosamente ataviadas, cual si para ir a la casa de Dios les hubiesen servido la vanidad y la tentación de doncellas consejeras.

Pero más aún que el bazar de objetos de arte donde tantas formas y colores, estilos e ideales artísticos la marcaban al fin y al cabo, gustaba Lucía de un puesto ambulante al aire libre, de los muchos que había cerca del Casino, situados al borde de la acera.