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Echó mano a la faldriquera la señora Tenienta, y halló que no tenía blanca. Pidió un cuarto a sus criadas, y ninguna le tuvo, ni la señora vecina tampoco.

D. Augusto, a ver si la sana. ¿Qué hay, pero qué...? ¿está mala? preguntó Miquis encasquetándose el sombrero y tomando el bastón. No, señor..., , señor..., quiero decir que no está buena, aunque tampoco está enferma, porque ya se levanta. Es decir, que ha estado mala. , señor. ¿Y por qué no me avisó usted, hombre de Dios, mejor dicho, hombre de todos los demonios?

Pero esto consistirá en que España y los españoles estamos decaídos y hasta dejados de la mano de Dios, de suerte que, así como no hay ahora Gonzalos de Córdoba, Corteses, Pizarros y Cisneros, no hay tampoco Cervantes.

Sabrá de memoria los poetas clásicos, y los comprenderá, y podrá verter sus ideas en las tablas. Perdone usted, señor. Nada, nada. ¡Tan poco favor me hace usted! Que me caiga muerto aquí si he leído una sola línea de eso, ni he oído hablar tampoco... mire usted...

Ya quién es: el hijo de la tía Javiera de Fresnedo manifestó con su habitual sagacidad. D. Félix no quiso desengañarle, ni tampoco á Regalado y su mujer, con quienes inmediatamente se reunió. No le pareció bien divulgar la calaverada de un personaje eclesiástico, por más que sólo de un pelo estuviese colgado de la santa madre Iglesia.

Tampoco se extrañó el payés de la rotunda negativa del señor, algo ofendido por la proposición.

No intentaré disculparme por haberme encariñado por su carácter, ni tampoco diré las razones particulares que me han decidido a pintarle bajo diversos aspectos. El interés que me haya tomado a mi pesar, no excusará la multiplicidad de mis ensayos. Por haber vivido en un orden de sensaciones afortunadamente poco común, no se adquiere el privilegio de escribir malas novelas.

Tampoco se había concentrado la vitalidad española en un punto céntrico, en donde pudiera fijarse también el teatro nacional.

Ni esa niña puede tampoco estar al lado de un chico tan guapo y tan risueño como sin ponerse enferma también dijo Rafael Alcántara. ¿Me quieres seducir, Rafael? , chico, para que me dejes mañana la llave de tu cuarto y no parezcas en toda la tarde por allá. Lo necesito. Es que tengo una colcha preciosa de raso. Se cuidará de la colcha.

Verdad es que tampoco eran los Indios de entonces como somos los de ahora: tres siglos de embrutecimiento y oscurantismo, algo tenían que influir sobre nosotros; la más hermosa obra divina en manos de ciertos obreros puede al fin convertirse en caricatura.