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Que se le quite a usted eso de la cabeza, señor Rocchio; los negocios de mi hijo no son de mi incumbencia; Jacinto no necesita de la bolsa de su padre para sostener su crédito. El le pagará a usted... cuando le sea posible. Con estos terremotos, ¿quién no tambalea?

El hidalgo, que se tambalea de borrén a borrén, le gobierna sin cordura, y tan pronto le castiga con la espuela como le recoge las riendas. Cuando el caballo se encabrita, luce una gran destreza y reniega como un condenado. ¡Maldecido animal!... ¡Tiene todos los demonios en el cuerpo!... ¡Un rayo me parta y me confunda! UNA VOZ ¡No maldigas, pecador!

¿Ves ese me decía que se tambalea sobre las piernas, y lleva la cara metida hasta las narices en un sombrero viejo, mal calzado y peor vestido? Pues es un hombre muy honrado; tiene siete hijos, y el mayor, con quien gastó la mitad de su pobreza para librarle de la cárcel en que le metieron por haber dado una paliza á su vecino, después de casado le puso pleito y le embargó la pobre choza que le quedaba, porque no le devolvió una corta suma el mismo día en que venció el plazo del préstamo.... Hoy se habría muerto de hambre y de pena si yo no le hubiera dado el dinero para salir de su apuro. Ese otro jaquetón, tan planchado y que parece un señor, es un trapisondista capaz de pegársela al lucero del alba. Repara bien en esa mujer que nos ha saludado con voz melosa y sin levantar los ojos del suelo; pues es una bribonaza, chismosa, enredadora y capaz de beberse á toda su casta: apostaría una oreja á que lleva la botella del aguardiente debajo del delantal. ¡

Artemisa la del Casal, moza blanca y rubia, briosa y rozagante, con manteo cercado de velludo y capotillo mariñán, acaba de aparecer en el umbral de la antesala. Se la tiene por hija bastarda del Caballero. Trae de la mano a un niño de ojos picarescos, que se tambalea sobre los zuecos blancos, que muestran no haber pisado la tierra.

El brigadier se siente dominado por un ímpetu de noble y generosa indignacion; se levanta con aire brusco; la mesa tambalea, los vasos se vierten, los bizcochos andan por el suelo, los mozos acuden, el brigadier deja una moneda de cuatro duros: ¡esto es una poca vergüenza! exclama colérico, y todos tres abandonamos el café cantante.

Lo que a la salida de usted estaba temblando, se ha venido al suelo, y mucho de lo que estaba firme y erguido entonces, se tambalea ahora preparándose para caer, o escarbando para echarse, como en casos parecidos se dice por acá.