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Todo el que haya observado tales momentos en otras personas, recuerda el brillo de su mirada y la nitidez extraña que se esparce hasta sobre las facciones groseras a causa de esa influencia pasajera.

Pero ¿qué necesidad tenía este demonio de general de hacerme ver cosas «primorosas»?... Pasaron cinco minutos, ó una hora, no lo bien. En tales casos no existe el tiempo. De pronto un ruido de voces broncas, una disputa de ebrios. Los dos hombres del sombrerón se querellaban bajo los árboles.

En cambio, las palabras que yo he dicho son del idioma primitivo y puro, y no son signos arbitrarios, sino que tienen relación íntima y substancial con los objetos que expresan o designan. De aquí el alboroto, la agitación y el tumulto de todas las cosas creadas cuando tales palabras se pronuncian.

Hasta pocos años antes del traspaso, no usó Santa Cruz los sobres para cartas, y estas se cerraban sobre mismas. No significaban tales rutinas terquedad y falta de luces.

De la venida de Shakspeare al mundo no han hecho algo tan sobrenaturalmente importante como la encarnación de un Dios; pero han hecho más, según el gusto y forma con que tales encarecimientos pueden hacerse en el día.

Pasa un año: la separación fue sin decirse «hasta la vista»: se produce un reencuentro inesperado: y durante ese tiempo la amistad ha hecho en nosotros tales progresos que todas las barreras han caído, todas las precauciones han desaparecido.

Aunque es verdad, que los que no cursan las Escuelas y quieren pasar por sabios, aborrecen la forma sylogística, hablando mal de lo que no conocen; con todo, el que sepa la fuerza del sylogismo para descubrir la verdad, ó falsedad de las proposiciones, segun lo he mostrado tratando del raciocinio, no debe hacer caso de tales desprecios, estando asegurado, que entre los modernos bien instruidos, los que hablan con candor, están á favor de este método para las Escuelas.

Quizá el elemento de los celos no estaba apagado del todo en su apasionado y pequeño corazón. Quizá sería tan sólo que las redondas curvas y la rolliza silueta, ofrecen una superficie más extensa y apta para el roce. Pero como que tales efervescencias estaban bajo la autoridad del maestro, su enemistad a veces tomaba una forma nueva que no se dejaba reprender.

Con todo, este es el siglo de los Diccionarios, y muchos de los que hoy se llaman sabios no estudian otra cosa que lo que leen en los innumerables Diccionarios, de que estamos inundados. La mejor parte de tales libros, aunque son de la moda, se escriben sin exâctitud, y todos sin los principios fundamentales de lo que tratan.

Y así como en otros centros de enseñanza donde hay verdaderos deseos de que los muchachos aprendan, tales descubrimientos suelen alegrar á los profesores, así tambien en un colegio dirigido por hombres convencidos en su mayor parte de que el saber es un mal, al menos para los alumnos, el caso de Basilio tuvo mal efecto y nunca más se le preguntó en todo el resto del año. ¿Para qué si no hacía reir á nadie?