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No lloro por lo que usted cree suspiró ella , lloro por misma, por mi desgracia, que no tiene remedio. Estoy sola en el mundo. Mi marido no ha vuelto á casa hace dos días... y tal vez no volverá. ¡Quién sabe qué calumnias le han contado!... Me quedaban mis amigos, mis buenos amigos; el uno ha muerto y el otro anda fugitivo. Sólo podía contar con usted... ¡y usted se marcha para siempre!

Pasaron cuatro largas y espantosas semanas de martirio, hasta que llegó mediados de mayo, y pude tener suficientes fuerzas para salir solo a caminar y dar unos cortos paseos por la calle Oxford y sus alrededores. El testamento de Burton Blair había sido ya aprobado, y Leighton nos manifestó, en las varias veces que nos visitó, el descuido, e indiferencia con que el tal Dawson manejaba los bienes.

Lo que me importa es que me respeten. ¿Qué segundo pecado original es el mío, que no hay bautismo que lave? ¿Qué mancha indeleble ha caído sobre que no hay nada que limpie? ¿Qué vicio innato hay en mi sangre del que yo no puedo purificarla? ¿Por qué se supone tal flaqueza que necesite yo refugiarme en un convento para resistir las seducciones y los peligros del mundo?

Su color era tal, que en cuanto se agitaba se convertía en una montaña de púrpura esplendente, tan bermejo se paraba, resaltando así más y más su crin y cola de azabache, que era necesario recortar muy a menudo, pues de otra manera llegaran a rodar por el suelo.

El ladrón hábil es aquel que sabe permanecer más desconocido; el que ascendiendo en el gremio presta dinero para los gastos preparatorios de un robo tal como un comerciante lo daría para una operación honesta; el que dirige empresas; el que estudia un golpe y lo combina y luego lo vende para que otro lo realice; en fin, el que pesca... sin mojarse las manos.

Baja tal vez en medio de la iglesia en la mayor bulla del pueblo, que se asombra y desordena por el ruido y estrépito que hace, cortejándole y trayéndole en sus manos una gran tropa de demonios, los cuales no pocas veces se suelen burlar de él á costa suya, porque de lo más alto del templo le dejan caer á plomo en tierra muy maltratado y á pique de morir, como no ha mucho tiempo que sucedió en la tierra de los Mopoosicas.

Lo mismo va á suceder con un pez excelente, magnífico, el escombro, que es perseguido bárbaramente en toda estación. La prodigiosa generación del abadejo no por esto lo pone á salvo de extinguirse, puesto que va en disminución aun en los mismos bancos de Terranova. Tal vez se destierra voluntariamente en medio de soledades desconocidas.

Ya ha salido del puerto. Poco a poco se aleja en la inmensidad; el humo difumina con un trazo fuliginoso el cielo diáfano; el barco es un puntito imperceptible. Y el mar, impasible, inquieto, eterno, va y viene en su oleaje, verde a ratos, a ratos azul, tal vez, cuando soplan vientos de Sur, rojo profundo.

Hasta el mismo Balzac, que tan profundamente conocía la vida y con tal arte la desmenuzaba, quebranta no pocas veces la lógica moral.

En mi imaginación aparecía usted al mismo nivel que todos esos señores solemnes y poderosos que he conocido. ¿Por qué será esto? Tal vez el aislamiento y la calma que agrandan las cosas; tal vez el ambiente de esta tierra, en la que es imposible vivir sin ser súbdito de Brull... ¿Si me iré enamorando de usted sin saberlo?