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Pensó que tal vez el enemigo, oculto en la maleza, veía las rendijas de la puerta iluminadas y esto le hacía persistir en sus provocaciones. Apagó la vela y se tendió en la cama, experimentando una sensación de bienestar al verse en la obscuridad, con la espalda hundida en las crujientes blanduras del jergón. Podía aullar horas y horas hasta perder la voz aquel bárbaro.

Tal vez les habían indicado un vado ó una barca olvidada para salvar el Marne, y continuaban su retroceso hacia el río. De un momento á otro, los alemanes iban á entrar en Villeblanche. Transcurrió media hora de profundo silencio. El pueblo perfilaba sobre un fondo de colinas su masa de tejados y la torre de la iglesia rematada por la cruz y un gallo de hierro.

Tal vez fruto de culpables amores o de matrimonio clandestino la bellísima princesa, su madre, para evitar la venganza de un padre o de un hermano harto severo, hace como la madre de Rómulo, o como hizo Elisena con su hijo Amadís, que por eso se llamó el Doncel del mar: le abandona en un bosque o le pone en una cuna flotante a merced de las olas.

Lo que el uno apreciaba con admirable tino, el otro lo juzgaba disparatando; lo que uno miraba como inestimable tesoro, considerábalo el otro cual miserable bagatela. ¿Y esto porqué? ¿Cómo es que grandes pensadores discuerden hasta tal punto? ¿Cómo es que las verdades no se presenten á los ojos de todos de una misma manera?

Mas qué digo fortuna, la miseria Del hombre está sugeta á tal laceria. En tanto que uno es hombre, está obligado A dos mil infortunios y flaquezas, Qué del primero padre se ha heredado Dolor, pena, congojas y tristezas; Que todas son reliquias del pecado, Con otros mil defectos y vilezas, Que juntos en Adam los recibimos, Cuando por el pecado en él morimos.

No fué escrupuloso ni perezoso don Cleofás, y ejecutando lo que el Espíritu le dijo, hizo con el instrumento astronómico jigote del vaso, inundando la mesa sobredicha de un licor turbio, escabeche en que se conservaba el tal Diablillo; y volviendo los ojos al suelo, vió en él un hombrecillo de pequeña estatura, afirmado en dos muletas , sembrado de chichones mayores de marca , calabacino de testa y badea de cogote, chato de narices, la boca formidable y apuntalada en dos colmillos solos, que no tenían más muela ni diente los desiertos de las encías, erizados los bigotes como si hubiera barbado en Hircania ; los pelos de su nacimiento, ralos, uno aquí y otro allí , a fuer de los espárragos, legumbre tan enemiga de la compañía, que si no es para venderlos en manojos, no se juntan.

Tal es la región que yo debía atravesar, siguiendo la corriente del Magdalena, al darle mi adiós á la tierra natal.

Veintisiete años con más mundo que el que descubrió Colón, color sonrosado, ojos de más preguntas y respuestas que el catecismo, nariz de escribano por lo picaresca, labios retozones, y una tabla de pecho como para asirse de ella un náufrago, tal era en compendio la muchacha.

Esas formas, despojadas ahora de millares de flores vivas que las animaban, las cubrían, tienen tal vez en su estado severo mayor atractivo para el ánimo. Por lo que á toca, me complazco en contemplar los árboles en invierno, cuando sus elegantes ramas desnudas del lujo abrumador de las hojas, nos dicen lo que son por solos, revelando delicadamente su escondida personalidad.

Es como si un autor escribiese una novela marítima, olvidándose de colocar en ella la obligada descripción de una tempestad. Pero Ojeda movió la cabeza negativamente. No había tal tempestad: un poco de movimiento al pasar el golfo de Santa Catalina; un simple incidente de viaje.