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El mar era casi negro, el cielo de un gris plomizo, y en las brumas del horizonte serpenteaban los rayos bajando a beber en las olas. Sintió Jaime en su rostro y en sus manos el húmedo contacto de algunas gotas de lluvia. Iba a estallar una tormenta que tal vez durase toda la noche. Los relámpagos brillaban cada vez más cerca.

Entre estas montañas hay un espacio llano de dos ó tres leguas de ancho con tal cual ribazo, regado por riachuelos que corren, ya por medio, ó ya al rededor, formados de las fuentes ó manantiales que nacen de las montañas. Estos valles son muy fértiles, con el terreno negro y profundo, sin mezcla de arcilla: están siempre cubiertos de tan buena yerba, que el ganado engorda en poco tiempo.

Figuraba el gacetillero que don Rosendo llevaba al Duque al Saloncillo y le iba presentando uno por uno los hombres más notables que allí se reunían. Con tal motivo se hacía innoble chacota de don Rudesindo, don Feliciano Gómez, Alvaro Peña, don Rufo, Navarro y otras respetabilísimas personas.

Poco fue lo que dijo a su padre, encerrados los dos en el despacho de la trastienda, como explicación del portazo de Peleches; pero de tal modo y con tal arte de voz, de miradas y de greñas, que dejó al pobre boticario más aturdido de lo que estaba.

Junto a los tabiques de la cubierta de paseo alineábanse los sillones de los pasajeros, pero con una alineación caprichosa, mostrando en lo alto de los respaldos los nombres de sus dueños escritos en tarjetas. Esta rotulación parecía darles una personalidad, un alma. Permanecían agrupados o solos, tal como los habían dejado sus poseedores el día anterior.

La fama de este hombre célebre y distinguido, como le llama Cervantes, fué tan grande entre sus contemporáneos, y creció de tal modo después de su muerte, que poco á poco hizo caer en olvido las obras de sus predecesores.

Añadiendo también estos párrafos que explican la misión de los hermanos: «Cuando veíamos alguna mujer ó hombre que andaba pidiendo limosna con muchachos se los quitábamos, y llevábamos á la casa porque no se quedasen toda la vida pordioseros y los poníamos con amos á su servicio.» «Item, que cuando sabíamos que alguna niña había quedado huérfana por haberle faltado padre ó madre y no tener de qué sustentarse, la llevábamos á Casa y así de ordinario las había en ella de seis y siete años y niños de dos á tres años y lo hacíamos lavar, limpiar y envolver, teniendo para esto una mujer anciana, honrada que lo hacía amaneciendo ellos todas las mañanas de tal suerte que era asco llegar á ellos y asi lo lababan y limpiaban y vestian camisa limpia y si la mujer no hiciere esto con caridad como lo hacia con ningun interés se le podía pagar

¡Y que tacaño se vuelve el Absoluto! Mala landre le mate, si con estas miserias logra derribar la Constitución. Deje usted andar, que ya se arreglará esto contestó el viejo dando un suspiro. Y al darlo cerró la boca de tal modo, que parecía que la mandíbula inferior se le quedaba incrustada dentro de la superior.

En invierno, cuando descansaban sus ídolos, vivía en Jerez al cuidado de sus haciendas, y este cuidado consistía en pasarse las noches en el Círculo Caballista, discutiendo acaloradamente los méritos de su matador y la inferioridad de sus rivales, pero con tal vehemencia, que por si una estocada recibida años antes por un toro, del que no quedaban ni los huesos, había sido caída o en su sitio, tentábase por encima de la ropa el revólver, la navaja, todo el arsenal que llevaba sobre su persona, como garantía del valor y la arrogancia con que resolvía sus asuntos.

Con su padre se las arreglaba tal cual; pero en cuanto su madre intentaba tomarla en brazos, más bien por tema ya que por cariño, se retorcía como alimaña en cepo.