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16 A Simón, al cual puso por nombre Pedro; 17 y a Jacobo, hijo de Zebedeo, y a Juan hermano de Jacobo; y los apellidó Boanerges, que es, Hijos del trueno; 18 y a Andrés, y a Felipe, y a Bartolomé, y a Mateo, y a Tomás, y a Jacobo hijo de Alfeo, y a Tadeo, y a Simón el cananista, 19 Y a Judas Iscariote, el que le entregó.

La reina deseó también cerciorarse del prodigio, metiendo la punta de su rosado dedo en la boca de Villameloncito, y don Tadeo Calomarde, que llegó en aquel momento, quiso hacer la misma experiencia, introduciéndole el suyo manchado de tinta. Mas el niño apretó entonces fuertemente sus precoces herramientas, haciendo lanzar al ministro un ligero chillido.

Exactamente lo mismo, chico. Pero es preciso ser justo. En este caso hubo una notable diferencia a favor de don Tadeo, que era un fanático exageradísimo, y sin embargo, un hombre muy bueno.

En el grupo de los curiosos, Tadeo, el que se enferma en el momento que baja el catedrático, acompaña á su compoblano, el novato que vimos sufrir las consecuencias del mal leido principio de Descartes. El novato es muy curioso y pregunton y Tadeo se aprovecha de su ingenuidad é inexperiencia para contarle las más estupendas mentiras.

Un caballero aplaudió y despues siguieron todos los de las butacas. Serpolette, sin dejar su actitud de buena moza, miró al que primero la aplaudió y le pagó con una sonrisa enseñando unos diminutos dientes que parecían collarcito de perlas en un estuche de terciopelo rojo. Tadeo siguió la mirada y vió á un caballero, con unos bigotes postizos y una nariz muy larga.

Ese es el que ha hecho de sus hijas, esas tres pequeñitas, auxiliares de Fomento para que cobren en la nómina... Es un señor muy listo, ¡pero muy listo! comete una tontería y la atribuye... á los otros, se compra camisas y las paga la Caja. Es listo, muy listo, ¡pero muy listo!... Tadeo se interrumpe.

Entonces comenzaron a dar sus frutos el alejamiento de la familia y el desconocimiento de sus padres en que pasó Tirso los primeros años de su vida. La voz del egoísmo sonó poderosa y convincente, diciéndole que don Tadeo podía hacerle hombre; que su familia, en cambio, carecía de medios para ello.

Vinieron escenas sobre escenas, personajes sobre personajes, cómicos y ridículos como el bailli y Grenicheux, nobles y simpáticos como el marqués y Germaine; el público se rió mucho del bofeton de Gaspard, destinado para el cobarde Grenicheux y recibido por el grave bailli, de la peluca de éste que vuela por los aires, del desorden y alboroto cuando cae el telon. ¿Y el cancan? pregunta Tadeo.

Hízose don Tadeo cargo del recién nacido, entregándoselo, después de apadrinarle, a una honrada mujer, esposa de un colono en tierras que por allá tenía; dio dinero a don José para el viaje, y cuando ya restablecida Manuela, les despidió al pie de la diligencia que había de conducirles a Castilla, les dijo en su lenguaje, algo anticuado y poco natural, pero realmente sincero: «Marchen ustedes tranquilos.

Don Tadeo le tomó mucho cariño: ¡eso ! No le hubiese tratado mejor aunque fuera hijo suyo. Lo único que me supo mal, fue lo de hacerle cura; pero no pude evitarlo. Si al menos fuera un cura como Muñoz Torrero o Venegas, o Martín Velasco... Calle Vd., por Dios, don José. ¿Curas liberales? ¡Son los peores!