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Hallóse en Tablanca como rey en sus palacios, y se había guardado muy bien, desde entonces hasta la fecha, «de sacar una pata» medio jeme fuera de su término municipal... Ochenta y cuatro años contaba a la sazón, sin saber lo que era un mal dolor de tripas. Había tenido dos mujeres, diez hijos y veintidós nietos.

Aquella segunda campaña de baratijero fue una barredera en el lugar. Ni una mota dejó el pícaro en Tablanca. Particularmente Facia, que era de suyo sencillota y noble, se despilfarró.

Viene a Tablanca para ofrecerle a usted personalmente toda la amistad y respeto que le merecieron las virtudes de don Celso, y a rezar por su alma en los funerales de hoy.

Persuadido de esto, tenía por imposible la sustitución de un hombre como don Celso con otro como yo para llenar el vacío que él dejara con su muerte en el vecindario de Tablanca.

Como si adivinara mis deseos el mediquillo de Tablanca, en cuanto me tuvo a su lado sacó a plaza el asunto de este modo: Ayer le prometí a usted, por la mañana, indemnizarle con creces por la noche de los penosos ratos que le proporcioné con el conocimiento de su pariente Gómez de Pomar. ¿He cumplido mi promesa?

Las fuentes que lo han ido manando, no están, como puedes comprender, en las pobres tierrucas y en los ganados de Tablanca: otras hay muy lejos de aquí, y viejas en la familia, de mejores manantiales. De todas ellas tendrás noticias, cuando las necesites, en papeles que están en esos legajos y hasta encima de la cómoda... velos ahí, porque un rato hace andaba yo con ellos entre manos.

Pues cabalmente la sinceridad, y en su más alto grado, acompañada de un buen entendimiento, fue lo primero que yo eché de ver en el mediquillo de Tablanca. Hablando de la enfermedad de mi tío, me dijo que era mortal de necesidad. En castellano corriente añadió con un gesto y un ademán muy naturales y expresivos , es la máquina vieja cuyo organismo empieza a descomponerse.

Por dónde me iba conduciendo el empecatado mediquillo de Tablanca, me sería imposible decirlo ni aun con el plano del terreno a la vista. Alguna vez creí hallarme en un pedazo de senda recorrida días atrás en compañía de don Sabas; pero sin darme tiempo para salir de dudas, dejaba mi conductor aquel camino trillado y echaba por donde menos era de esperarse.

Pues bien cerca la tenemos: Lita. Conque anímese usted a pretenderla. Me quedé estupefacto. ¿Era aquello broma? ¿Era abnegación? ¿Era arranque patriótico? Le declaré mi asombro, y me dijo: Desde que vino usted a Tablanca, está empeñado en ver visiones a ese propósito. Lo por algo que usted me ha dicho y otro poco que ha dejado traslucir.

Elevé los pensamientos por encima de las enriscadas barreras del valle, y le llevé lejos, muy lejos de Tablanca; cerré los ojos, acudí a los repuestos de la memoria, y fui extrayendo de ella una verdadera legión de imágenes, a las que hice desfilar después, una a una, por delante de .