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Dejemos eso, madre dijo. ¡Devuélvemela!... Pero, Roberto gimió ella, ¿es así cómo un hijo trata a su madre? ¡Adalberto, dile cuáles son las consideraciones que un hijo debe a su madre! Roberto se apoderó de las manos de su padre. No te mezcles en esto, padre dijo... La cuenta que hoy tengo que arreglar con mi madre, sólo a nosotros dos concierne.

7 Florezcan los impíos como la hierba, y reverdezcan todos los que obran iniquidad, para ser destruidos para siempre. 8 Mas , SE

Capítulo II Liquidación «Isidorita Rufete, ¿conoces el equilibrio de sentimientos, el ritmo suave de un vivir templado, deslizándose entre las realidades comunes de la vida, las ocupaciones y los intereses? ¿Conoces este ritmo que es como el pulso del hombre sano? No; tu espíritu está siempre en estado de fiebre.

He venido a tu lado por breves instantes, como un espectro, y dentro de un momento vendré de nuevo, entonces a unirme contigo para toda la vida. ELSA. ¡Un momento más! ENRIQUE. Me llaman. Parecen muy inquietos. Acudo. ¡Adiós, amor mío! ELSA. ¡No, hasta la vista! Enrique, amado mío, te espero. ¡Dime algo más... una sola palabra! ¡Enrique! Quizá no haya sido sino fruto de mi imaginación. Es posible.

Pero tu amo y el señorito Pepe no han reñido. ¡Quiá! ¿No ve Vd. que los dos están convencíos de que la culpa es del cura? A la madre la tié tonta a fuerza de rezos... ¡Ya sabe el señor Pepe a qué atenerse! ¡ que son motivos de disgusto!

Por lo mismo, y para salir de tanta incertidumbre, puso en obra al punto el pensamiento que le sugirió su recelosa sospecha. María dijo dirigiéndose a la hermosa prima , hoy es el día de tu natalicio, y ésta la hora de media noche, hora en que tantos prodigios suelen verificarse.

Calla, tonta, que lo dije por oirte: ¡miá qué me importará á el día de mañana vestirte como una señora prencipal!... ¿eh, madre?

5 Porque a la subida de Luhit con lloro subirá el que llora; porque a la bajada de Horonaim los enemigos oyeron clamor de quebranto. 6 Huid, salvad vuestra vida, y sed como retama en el desierto. 7 Pues por cuanto confiaste en tus haciendas, en tus tesoros, también serás tomada; y Quemos saldrá en cautiverio, sus sacerdotes y sus príncipes juntamente.

Pues entonces lo confundo yo con otra cosa. Paréceme que en Madrid lo decir al señor licenciado Lobo, aquel famoso escribano...; pero no, seguramente se equivocó. ¿Conoces al Sr. de Lobo? me preguntó con inquietud. Ya lo creo; somos muy amigos.

Estoy convencida de que no volveré a hallar jamás hombre tan guapo como y que me pete tanto, aunque, como el Infante don Pedro de Portugal, recorra yo en su busca las siete partidas del mundo. Y, sin embargo, tengo que abandonarte. Donna Olimpia lo quiere. Seguirla es para deber ineludible.