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Preguntaron á la portera de la antigua casa si se había alquilado de nuevo el cuarto segundo. Dijo la portera que no. Preguntáronle el nombre de la criada y si sabía su paradero. Se llama Pascuala contestó: está casada con un tabernero llamado Pascual; pero no dónde viven. El tabernero de la calle del Barquillo debe saberlo, porque es compadre suyo.

Tienes un rival que se interpone entre y yo, y quiere y manda que yo no te cumpla lo ofrecido. Pretende guardarme para ; que a ti te desdeñe y que sea yo para él solo. De subidísimo precio son las joyas y dones con que él me brinda y trata de ganarme la voluntad. Con un beso suyo se jacta de infiltrar en mis venas llama sutil que las purifique. Su abrazo será para como crisol candente en que mi ser se funda, y en que el metal de que está forjado deseche las escorias y salga limpio como el oro. Así seré digna de él, y él me hará suya para siempre. El entregarme a él con rendido y confiado abandono será la efusión de todo mi ser en lo infinito.

¿Qué tienes, hija mía? volvió á decirla el piadoso viajero, dando más dulzura á su palabra y á su ademan. La muchacha, con el rostro encendido, llorando todavía á despecho suyo, balbuceó: Quiero ser monja. ¿Sabes, repuso San German, los sacrificios, las virtudes, el olvido y la fe que te reclama el estado á que aspiras? Yo no nada, contestó la muchacha, turbada aún.

¿Y el pobre calzonazos dio su permiso? dijo Visita, colorada de indignación . ¡Qué maridos de la isla de San Balandrán! añadió acordándose del suyo. La Marquesa no acababa de santiguarse. «Aquello no era piedad, no era religión; era locura, simplemente locura.

El diputado, en virtud de continuos desvelos y de un arte maravilloso, se gana la naturaleza en un distrito, repartiendo a manos llenas los empleos; y cerca del Gobierno, a más de su talento y de su importancia personal, se apoya para sacar los empleos en esa misma devoción que asegura y prueba que los electores le tienen y en cuya virtud es diputado natural y goza de distrito suyo y re-suyo.

Tenía la devoción de la Virgen profundamente arraigada en el corazón desde la infancia: como apenas había conocido a su madre, buscó por instinto en la de Dios la protección tierna y amorosa que sólo la mujer puede dispensar al niño; había compuesto en honor suyo algunos himnos y plegarias, y no se dormía jamás sin besar devotamente el escapulario del Carmen que llevaba al cuello.

»En cuanto el médico, horas después, confirmó aquel risueño parecer mío con el suyo más autorizado, le consulté sobre los propósitos que tenía. Los encontró muy cuerdos. » Es hasta de necesidad me dijo despejar los nublados de esa cabecita; poner en buen orden sus ideas y no consentir que vuelva a llenarse de ellas el depósito.

Vienen luego los tiempos en que el verdadero Dios escoge por suyo un pueblo entre los que habitan la tierra, y el amor no pierde sus prerrogativas ni sus fueros. Antes al contrario, el mismo Señor lo emplea en su servicio:

No menos causaban risa las necedades que decía el barbero que los disparates de don Quijote, el cual a esta sazón dijo: -Aquí no hay más que hacer, sino que cada uno tome lo que es suyo, y a quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga.

Hasta dónde puede esto influir en el espíritu de un pueblo ocupado de estas ideas durante dos siglos, no puede decirse; pero algo debe influir, porque ya lo véis: el habitante de Córdoba tiende los ojos en torno suyo y no ve el espacio; el horizonte está a cuatro cuadras de la plaza; sale por las tardes a pasearse, y en lugar de ir y venir por una calle de álamos, espaciosa y larga como la cañada de Santiago, que ensancha el ánimo y lo vivifica, da vueltas en torno de un lago artificial de agua sin movimiento, sin vida, en cuyo centro está un cenador de formas majestuosas, pero inmóvil, estacionario.