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Era Sol como para que la llevasen en la vida de la mano, más preparada por la Naturaleza para que la quisiesen que para querer, feliz por ver que lo eran los que tenía cerca de , pero no por especial generosidad, sino por cierta incapacidad suya de ser ni muy venturosa ni muy desdichada. Tenía el encanto de las rosas blancas. Un dueño le era preciso, y Lucía fue su dueña.

Muchas más cosas le diría al señor Ministro de Ultramar sobre el particular, pero estas muchas cosas se las diría de silla á silla y como S.E. no puede hacerme el honor de dejarme acercar la mía á la suya por razón del charco que las separa, de aquí el que renuncie á decir más por hoy. Legaspi. Correrías moras. El comisario Juan. Un viejo uniforme y una alma grande. Cuatrocientas orejas moras.

Si no quería o no podía aceptar el ser suya, como él había esperado, la quedaba todavía otro camino: huir, desaparecer, pero sin renunciar a la vida. ¿No era ese el camino? Vérod se sentía vacilante asaltado por la duda, lleno de ansiedad. La eficaz virtud del ejemplo había iluminado y dado seguridad a su juicio respecto a los más graves problemas humanos.

La hermosa Alfreda es otro drama, que participa de las bellezas y defectos de los mencionados. El rey Federico, enamorado de la princesa Alfreda de Cleves por haber visto un retrato suyo, encarga al conde Godofredo que se encamine á Cleves, y que pida á la Princesa para esposa suya, en caso de encontrarla tan bella como aparece en su retrato.

Toda aspiración suya había sido hasta entonces modesta, prosaica y pacíficamente asequible; pero Juanita había venido en mal hora a turbar su calma y a aguijonear su fantasía para que remontase el vuelo a muy altas regiones, donde, si bien había más luz, había también tempestades que su alma pacífica y sólo acostumbrada al sosiego apenas podía sufrir.

Pareciola asimismo que una mano trémula asía una mano suya que pendía descuidada, y que en ella unos labios ardientes posaban un amoroso beso.

Salía muy poco, y decía a sus amigos íntimos que no se cambiaría por un Rey, ni por su tocayo Espartero, pues no había felicidad semejante a la suya.

Digo que en Sargel vivia, Puesto que era de Aragon, Y al olor de su nacion Pasó el perro á Berberia: Y aqui cosario se hizo Con tan prestas crueles manos, Que con sangre de cristianos La suya bien satisfizo.

Pues sin el alma tierna y fina que de propia voluntad suya había supuesto, como natural esencia de un cuerpo de mujer, en su prima Lucía, ¿qué venía a ser Lucía? ¿Qué hombre, que lo sea, ama a una mujer más que por el espíritu puro que supone en ella, o por el que cree ver en sus acciones, y con el que le alivia y levanta el suyo de sus tropiezos y espantos en la vida?

LEONIE. ¡En la suya...! CIRILO. Yo le encontraré una colocación decente lejos de París. Allí, si usted lo desea, podrá aislarse del pasado y olvidar lo que ha sufrido. Se convertirá de nuevo en un ser libre. LEONIE. Todo eso es muy bonito, pero irrealizable. Si usted hubiera sido un ahijado como todos los demás, hubiéramos podido entendernos.