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Sin embargo, temo que esté retratando una parte y no la mejor del carácter de De-Hinchú. Según me refirió, había sido la suya una vida muy dura y accidentada. No conoció la niñez ni tenía noticia de sus padres.

Sintió Adriana repentinamente que el mundo y la misma Laura se desvanecían ante la realidad de Julio que acercaba a la suya la cara querida, como en el vivo sueño de la víspera. El exceso de la emoción la hizo palidecer, y oprimirse como un pájaro aterido. Le tomó él la cabeza entre las manos y la besó. Pensaron ambos que ya no volverían a verse nunca.

Le contó que iba siempre a la iglesia, los domingos, para contemplarla furtivamente durante la misa, y le explicó cómo, imaginándola suya, y soñando con lo que no sería realidad nunca, había atravesado aquellas largas semanas de pena. Y ahora no le exigía nada, no le recordaba promesa alguna y sólo pedía que le dejara el alivio de poder algunas veces hablarla.

Pero cuando me quedé sola se me ocurrió que tal vez podría haber en usted más que caridad: acaso me ame, pensé: si me ama... yo le pertenezco, yo soy suya, yo debo amarle. ¿Y tu amor?

Un coronel de un regimiento europeo, es la táctica; un coronel de un regimiento indígena, es la conjunción de mil almas en la suya, flotando en su espíritu la suerte del regimiento: su responsabilidad es inmensa, pues tan fácil le es llegar al Capitolio como á la roca Tarpeya. La identificación del indio con el sér en quien reconoce superioridad, está demostrada.

Los grupos extranjeros de París intentaban organizar cada uno su legión de voluntarios, y él proyectaba igualmente la suya: un batallón de españoles é hispanoamericanos, reservándose, naturalmente, la presidencia del comité organizador y luego la comandancia del cuerpo. Había lanzado anuncios en los periódicos: lugar de inscripción, el estudio de la rue de la Pompe.

El tío Frasquito se tapó la cabeza con la sábana, apretó mucho los ojos y por tres veces se santiguó muy de prisa. El certamen de belleza femenina, celebrado primero en Spa y luego en Budapest, despertó en la condesa de Albornoz la felicísima idea de hacer circular por toda Europa artística y civilizada la suya propia.

Era suya cada una de sus actitudes y de sus gestos, era suya la humildad llena de gracia con que rezaba, era suya la cara que se apoyaba sobre las manos juntas, cuando el sacerdote levantaba el cáliz y todo el mundo caía de rodillas.

El Magistral la había querido engañar, la había hecho suya; ella se había entregado creyendo pasar en seguida a la plaza que más envidiaba en Vetusta, la de Teresina. Petra sabía lo bien que colocaba doña Paula a todas las que eran por algún tiempo doncellas en su casa.

Yo le había dicho que si por indiscreción o vanidad suya alguna persona, cualquiera que fuese, llegaba a conocer nuestro secreto, le aborrecería... Después del día en que hablé con él en las Cortes, cuando se empeñó en que le habíamos de seguir a bordo de no qué barco, y al fin nos envió a casa con fray Pedro Advíncula; después de aquel día, digo, no le había vuelto a ver... Mi madre sospechaba de ti y le había prohibido entrar en casa. ¿Recuerdas aquella anciana pordiosera que iba a casa a vender rosarios?