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Susurraba la leyenda que el tío Frasquito llevaba en su cuerpo treinta y dos cosas postizas, entre las cuales se contaba una nalga de corcho.

Buenos días, señorita Beaudoin... Dispénseme usted si la molesto, pero necesito un sello de dos sueldos. ¡Qué suma de curiosidad en ese sacrificio de diez céntimos arrancados a la rapacidad campesina! Liette, sin parecer echarlo de ver, hacía silenciosamente su oficio, mientras la exempleada le susurraba al oído: La tendera de la esquina, una mujer muy lista.

Decid que cuando el alba, que roba vuestro aroma, cantos de amor jugando os susurraba, él también murmuraba cantos de amor en su natal idioma; que cuando el sol la cumbre del Koenigsthul en la mañana dora y con su tibia lumbre anima el valle, el bosque y la espesura, saluda en ese sol, aún en su aurora, al que en su patria en su cenit fulgura.

Repuesto un poco, al cabo se despidió de sus amigos manifestando que iba derecho á su casa. Se acostó en la cama, pero no pudo gozar de las dulzuras del reposo. Todas sus ilusiones se huían. Aquel amor profundo, el primero y el único de su vida, se disipaba como un sueño. Lo que tenazmente se susurraba hacía tiempo y había llegado varias veces á sus oídos resultaba cierto.

En los labios de la joven susurraba alegre cancioncilla que parecía un eco suave, apenas perceptible, de la que cantaban los alados músicos en su prisión de cañas y en la copa de los naranjos ornados ya con amarillas pomas. Al salir me detenía a conversar con la doncella.

En 1850, Pedro Lobo había venido a Río con el carácter oficial de Agregado militar a la Legación de su patria, si bien se susurraba que tenía instrucciones secretas del dictador, cuyo favorito era.

En una puerta susurraba la guitarra con melancólico rasgueo, contestándole desde otra el acordeón con su chillido estridente y gangoso. Y los ruidos de la plaza, el reír de las gentes, los gritos que se cruzaban entre los corrillos y la música popular, entraban con el fresco de la noche en el salón de las de Pajares, sirviendo de sordo acompañamiento a la conversación de la tertulia.

Los últimos fuegos del moribundo sol fulguraban en la tranquila ciudad, en los azulejos de las cúpulas, y de los campanarios, y espejeaban en las vidrieras, y prestaban brillos argentados al Pedregoso. Las aves volvían raudas a sus nidos, millares de pajarillos cantaban en los matorrales de la colina, y el viento susurraba en las gramíneas.

Su primo Rafael había terminado la carrera, abandonando las locuras de estudiante para revestirse de la gravedad del doctor, y cuando ella esperaba de un momento a otro que formulase ante el padre sus pretensiones, una buena alma la hizo saber que aquel calavera ya no limitaba sus infidelidades a serenatas amorosas o pasiones del momento, sino que tenía cierto «arreglo» en el barrio del Carmen con carácter permanente, y hasta se susurraba si había una criatura de por medio.

P. D. Se me olvidaba decirte que a mi última salida de las Batuecas se susurraba que hablaban ya. ¡Pobres batuecos! ¡Y ellos mismos se lo creían! ¿Por qué extraña fatalidad ha de anhelar el hombre siempre lo que no tiene? Preguntémosle a un joven barbilucio qué desea. ¿Cuándo tendré barbas? exclama en su interior.