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Parecía que iba a saltar la sangre de sus tersas mejillas. A la prendera le hacía extremada gracia aquel rubor: para gozar más de él le mortificó todavía algún tiempo. Al fin echó mano al portamonedas. Pero Godofredo la detuvo dirigiendo una mirada de susto a la mesa de sus antiguos amigos. No; aquí no, señora. Hay muchos curiosos. ¿Quiere usted salir a la calle un momento? Con mucho gusto.

La cuadrilla desapareció con sus perros, y el Mosco siguió adelante, prometiendo a los camaradas, aún no repuestos del susto, acabar en seguida la expedición, tan pronto como registrase ciertas bocas inmediatas a un arroyo, que eran las más ricas de El Pardo. Detuviéronse en una espesura, oyendo a corta distancia el murmullo del agua invisible saltando entre guijarros.

Al fin, Teresa lo rompió, preguntándome resueltamente: ¿No me dijo V. por carta que me quería? ¡Pues ya lo creo que la quiero á V.! ¿Entonces, por qué ha dejado de venir á verme y de pasar por la calle de día? Porque temía que su mamá... Ha sido un susto bien agradable. Momento de pausa, en el cual me acudió á la mente un tropel de pensamientos que todavía me avergüenzan.

De uno de aquellos viajes volvió que daba compasión y susto mirarla, y más tarde que lo de costumbre. Se la conocía en los ojos que había llorado mucho, y anduvo toda la noche por la casa de acá para allá sin saber hacer cosa con arte. A ratos se quedaba como alelada, y a ratos se sentía acometida de una inquietud que no la dejaba parar en ninguna parte.

Yo te creía más pacífico... ¡Me has dado un susto!... Todavía me late el corazón con prisa. ¡Ah, señorita! ¡Si usted supiera el sentimiento que tengo por haber hecho esa barbaridad!... Me estaría dando de palos hasta romperme la cabeza, por bruto. Pero ya ve usted, era mi primo... Usted es muy buena, señorita, y me perdonará, ¿no es cierto?

Aquél se sintió acometido de tal susto, repugnancia y horror que, después de vacilar unos momentos, perdió el sentido y se desplomó sobre el pavimento. Viéndole caer, la joven se levantó con presteza del lecho y acudió solícita a socorrerle.

He oído con la debida atención dijo la muchacha todo lo que acabas de decirme, y te confieso que estoy atribulada y amedrentada. ¿Y cuál es la causa, hija mía, de tu tribulación y de tu susto? Pues..., fuera vergüenza...; a ti, que eres mi guía, debo confesarlo todo. Tus consejos y advertencias de hoy vienen ya tarde.

A tales cortesías, se le recrecía el susto de que no le asiesen y echasen mano de él, para llevárselo al infierno. Pero los ángeles le aseguraron, de que no osarían moverse ni menearse contra él.

No, hombre, no: es que lo creo así. No entiendo cómo Clementina puede sufrir semejante narciso. ¡Chis, chis! ¡Prudencia, Pepa, prudencia! exclamó Castro con susto, levantando los ojos hacia su querida. ¿Sabe usted que disimula muy bien? No la he visto dirigirle a usted una sola mirada hasta ahora.

No adivina lo que le aguarda... Es una muchacha «guapa», y no parece tener mucho miedo ahora que se le ha pasado el primer susto. ¡Pucha, lo que me dió que hacer cuando la traía en mi flete!... La tengo ahí dentro con las manos atadas, pues de no estar así se defiende y habrá que pegarla como á un hombre.