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Como casi no la había hablado e ignoraba sus sentimientos, habiéndose contentado con suspirar por ella de lejos, creyó, al verla aceptar la mano del general, que lo amaba, que iba a ser feliz con él.

Todo el día estuve con cuidado, y el pequeño, como sentíame suspirar, habían de ver qué consuelos me daba. ¿Y sigue de la misma conformidad el señor? DO

A ver. ¿Quién te hirió? ¿Cómo? ABIND. Mi esposa, No es herida peligrosa. JARIFA. Todo lo quiero saber. ¡Ay de , que no era en vano El quejarte y suspirar Toda la noche! ABIND. Has de estar Atenta. JARIFA. Di, esposo, hermano. ABIND. ¿Tu hermano soy todavía? JARIFA. Fuése la lengua, perdona. ABIND. El trato antiguo la abona.

Algunas veces se extrañaba de ver que su despecho se convertía en amor, sorprendiéndose de suspirar sin testigos y con la mejor buena fe del mundo. El recuerdo de tres años pasados con el conde producía en su corazón una sensación mezcla de dolor y de placer.

Tan violento fue que el conde Enrique se llenó de miedo, llamó al aya e hizo que trajesen a Poldy una taza de tila. Cuando al fin se calmó Poldy, y cuando pasó su risa insana, empezó a suspirar y a sollozar, y derramó un mar de lágrimas. Todavía se notaba en ella un raro movimiento nervioso.

Dos años había pasado en Vergara, donde la congregación tenía colegio, y en los dos años no había hecho más que suspirar por su patria. Y eso que para la salud le probaba muy bien el país.

Nunca he visto indiferencia como la suya y hasta ahora tanto me hubiera valido suspirar ante una de las estatuas de mármol del parque de Roda. ¿Recuerdas aquel finísino velo blanco que llevaba ayer? Pues se lo pedí como una merced para ponerlo en mi yelmo en combates y torneos, cual emblema de la dama y señora de mis pensamientos.

El modo es clavar todas sus lanzas muy parejamente, y al pié de ellas es que su dueño sentado, poniéndose en medio, al frente el adivino, y detras de él todas las indias, y teniendo en la mano dicho adivino un cuchillo, comenzándolo á mover como el que pica carne, entona su canto al que todos responden, y de allí á media hora, poco mas ó menos, comienza el adivino á suspirar y quejarse fuertemente, torciéndose todo y haciendo mil visajes, siguiendo los demas dicho canto, hasta que allí á un rato, que pega un alarido muy grande, se levantan todos.

Pero sentía un remordimiento vivísimo que por algún tiempo le hacía suspirar y quedarse meditabundo. Nada afligía tanto su honrado corazón como la idea de que Barbarita se enterara de aquel chasco del Viático. Afortunadamente, o no lo supo, o si lo supo no se dio nunca por entendida. iii

Y Álvaro me contestó muy triste, ya sabes qué cara pone cuando habla así, me contestó: «Pche... para amoríos basta el verano. El invierno es para el amor verdadero. Además, la ministra, como la llamas, a pesar de todos sus encantos no consiguió lo que yo quería... hacerme olvidar... lo que no te importa. Y después de suspirar como sabes que él suspira, añadió Álvaro: ¿Dejar a Vetusta?