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Un pastorcillo de Luzmela, que tornando las ovejas la tropezó, oyóla suspirar un nombre conocido, como en demanda de amparo, y además la vió tender sus manos en la sombra creciente de la noche y no atinar con ningún sendero y perderse en la soledad silente de la vega.

AZUCENA. No... bastante lo he deseado, pero el sueño huye de mis ojos. MANRIQUE. ¿Tenéis frío tal vez? AZUCENA. No... te he oído suspirar a menudo... ven aquí... ¿Qué tienes? ¿Por qué no me confías todos tus padecimientos? ¿Por qué no los depositas en el seno de una madre? Porque yo soy tu madre, y te quiero como a mi vida. MANRIQUE. ¡Mis padecimientos!

Allá a lo lejos se oía el perpetuo sollozo de la represa, y chirriaban los carros cargados de tallos de maíz o ramaje de pino. Nucha escuchaba con atención, apoyada la barba en la mano. De tiempo en tiempo su seno se alzaba para suspirar. No era la primera vez que observaba Julián, desde el parto, gran tristeza en la señorita.

Visitemos un valle frondoso, y entre flores verdes y lozanas, encontremos una flor marchita. ¿Qué arquitectura tiene esa pobre flor? Sin embargo, al mirar la flor seca, no podemos menos de suspirar; aquella flor se mústia como se marchita nuestra vida, como se marchitan nuestras ilusiones, nuestros amores, nuestras esperanzas, nuestros sueños, nuestros delirios.

¡Qué... loco! contestó una de las hermanas, doña Anunciación . Diga usted, marqués, que ojalá Dios se acordase de él, antes que verle así. Hubo unánime aprobación por señas. Muchas cabezas se inclinaron lánguidamente; y se volvió a suspirar. Aquello del republicanismo no necesitaba comentarios.

Su tez se puso pálida como la cera, y él mismo sorprendiose de su incesante suspirar y de aquella honda congoja de su pecho, todo dolorido de amor y de ansia. Algunas mañanas íbase a ballestear palomas a lo largo del vallado que separaba las dos heredades.

A la mitad de la novena sale de la sacristía un monaguillo que lleva un farol y va tocando una campanilla; detrás viene un clérigo con el Viático. Es que van a llevárselo a un enfermo que agoniza... La vieja al verlo sufre una gran conmoción. Y vuelve a suspirar y a invocar al Señor, mientras entre sus dedos secos van pasando los granos del rosario.

Feliz , que amorosa Aun puedes suspirar sobre una losa, Tibia con tu calor, Y aun puedes aspirar el suave aroma Del alma de tu hijo, que ora asoma En el cielo cual astro de tu amor. Á LA NI

Lita contestó muy seriamente: ¿Prefieres entonces, para casarte conmigo, que yo siga enferma, clavada en mi silla como los pajaritos embalsamados en los sombreros de mamá? ¡Oh, no, niña, no! afirmó Ramón con toda su alma. Prefiero morirme. Se lo juro. No digas tonterías. Se hizo una pausa, que cortó Ramón, después de suspirar: Tengo algo que mostrarle, además del saltaperico, niña Lita... ¿Qué?

Muestra tu tostada frente, Canta un cielo derrepente O una décima de amor! Cuando á lo lejos divisan Tu sepulcro triste y frio, Oyen del vecino rio Tu guitarra suspirar; Y creen escuchar tu voz En las verdes espadañas, Que se mecen cual las cañas Al soplo del vendabal.