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Siempre solo, como el Santa Lucía en Santiago de Chile, como la Exposición en Lima, como el Botánico en Río, como el Prado en Montevideo, como Palermo en Buenos Aires. Sólo los domingos, los atroces y antipáticos domingos, se llenaba aquello de gente, paqueta, prendida con cuatro alfileres, oliendo a pomada y suspirando por la hora de volver a casa y sacarse el botín ajustado.

¡Ah!, ¡gracias a Dios...! exclamó Guillermina sin intención de doble sentido . Ya pareció la perdida. Veremos lo que trae. Una de dos dijo Ballester suspirando : o trae la cara arañada, o trae sangre o quizás piel humana en las uñas. Es mucha mujer esta... Todos se levantaron menos Maximiliano, que continuó echado apáticamente hasta que vio a su mujer.

Roseta se colgaba de su cuello, suspirando amorosamente, con los ojos todavía húmedos: ¡Pare! ¡pare!... Pero el pare no pudo contener una mueca de sufrimiento, un «¡ayahogado y doloroso. Un brazo de Roseta se había apoyado en su hombro izquierdo, en el mismo sitio donde sufrió el desgarrón de la uña de acero, y en el que ahora sentía un peso cada vez más abrumador.

Al lado, en los cuadernos azules, están compilados cuidadosamente algunos extractos, diferentes estudios, mezclados con consideraciones melancólicas sobre las experiencias y los pensamientos personales de Martín. Juan deja caer las manos. ¡Pobre, pobre hermano! murmura, suspirando, con el corazón entristecido. Entonces la mano de Gertrudis se posa sobre su hombro.

dos palabras importantes, mi general: «Mandarín» y «». El héroe se pasó la mano de gruesos tendones sobre la horrible cicatriz que le cruzaba la calva: «Mandarín», amigo mío, no es palabra china y nadie la entiende en este país. Es el nombre que en el siglo XVI, los navegantes de su patria, de su hermosa patria... Cuando nosotros teníamos navegantes... murmuré suspirando.

A tal punto llegó el atrevimiento, Del bando del Irala, que casando Su hija con Vergara, por contento Y placer, un soldado suspirando En una farsa sale descontento, Y roto y pobre, y otro preguntando, Y él responde, diciéndole ¿quien era? De los leales soy, que no debiera.

Jesús había muerto: por él las mujeres se vestían de negro y los hombres se disfrazaban con túnicas puntiagudas que les daban aspecto de extraños insectos; los cobres lo proclamaban con sus quejidos teatrales; los templos lo decían con su obscuro silencio y los velos lóbregos de sus puertas... Y el río seguía suspirando con idílico susurro, como si invitase a sentarse en sus orillas a las parejas solitarias; y las palmeras mecían sus capiteles sobre las almenas con un vaivén de indiferencia; y los naranjos exhalaban su perfume de tentación, como si sólo reconociesen la majestad del amor, que crea la vida y la deleita; y la luna sonreía impávida; y la torre, azulada por la noche, perdíase en el misterio de las alturas, pensando tal vez, con la simpleza de alma de las cosas inanimadas, que las ideas de los hombres cambian con los siglos, y los que a ella la sacaron de la nada creían en otras cosas.

La calma es completa, mas, en el horizonte, aparecen pálidos relámpagos; á pesar del silencio que reina, óyese por momentos un ruido sordo que parece se detiene. El mar se estrella contra la playa gimiendo y suspirando, y á veces, de su fondo, se escapa un sordo rumor... Prestad atención á esto: es la llamada del mar. Esto basta para poner en guardia al pájaro.

A personas muy muchas oprimia, A viejos Españoles muy honrados, Que á los mozos traviesos consentia En sus vicios andar muy desmandados. Con esto y otras cosas que hacia, Estaban los juicios ofuscados De todos, el remedio no esperando, Si no morir con pena suspirando.

Según iba quedando libre y desembarazado su pecho, cargábasele la cabeza con el cuidado de comunicar a su hija aquella tan triste noticia que la había puesto en cama. No hacía más que dirigirle largas y melancólicas miradas, suspirando al mismo tiempo con señales de dolor. Varias veces había dicho: Cecilia, oye. Y otras tantas, arrepentida, la había ordenado cualquier menudencia.